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Un enorme ventanal de alabastro tamiza la luz que llega al Pórtico de La Majestad, la portada occidental de la Colegiata de Toro. Las figuras de piedra talladas en esta puerta gótica nos miran desde lo alto como nosotros las miramos a ellas, sin poder apartar la vista. No estamos acostumbrados a ver las catedrales así, pintadas, tal como fueron antiguamente, y ante un ejemplo como este (el único de nuestro país, junto a la iglesia de Santa María de los Reyes, en Laguardia, Álava, que conserva la policromía completamente) nos quedamos absortos y comprobamos el efecto que ejercían sobre la gente de siglos pasados.

Texto: Óscar Checa Algarra. Fotos: Juanjo Isidro

La pintura original de esta portada se descubrió durante la restauración que se hizo en los años ochenta. El pórtico y las capas de pintura que se le añadieron a lo largo del tiempo permitieron conservar los pigmentos primigenios que ahora vemos. Provocado o fortuito, siempre en todo hay un renacer. Los avances técnicos tienen mucho que decir en este aspecto y, en este territorio donde estamos, no solo se aplicaron a la arqueología: poco después llegó el turno del vino. La Tinta de Toro ha dejado descubrir también todo lo que guardaba bajo esa imagen de uva áspera y, al estudiarla con más detalle, al poner el foco en el viñedo, al preocuparse por los suelos y al contar con nuevas tecnologías y saberes en bodega, ahora luce de verdad y, como ocurre con el pórtico de la Colegiata, es imposible quitar los ojos de ella.

Por abundar más el vino

Con los nuevos vinos de Toro ha llegado también el enoturismo y, desde hace unos meses, la oferta de más calidad se aglutina en la Ruta del Vino de Toro (www.rutavinotoro.com). Como ocurre en otros muchos pueblos y ciudades de nuestro país, el subsuelo de Toro está completamente horadado, repleto de cuevas, de bodegas. Algunas se pueden visitar, como la del Palacio Rejadorada, una antigua mansión que se ha transformado en un hotel manteniendo casi al completo la estructura original. En la fachada está la reja que le da nombre: dorada, claro, aunque ya no de oro, como pretende la historia que cuenta que esta verja fue un regalo de la mismísima Isabel La Católica a los dueños de la casa por ayudarle a entrar en la ciudad cuando estaba en lides con Juana La Beltraneja. Además de alojamiento también es restaurante. Su carta cambia de manera semanal según los productos de temporada y de mercado, pero siempre refleja la gastronomía local. Si hace buen tiempo no dudéis en comer o cenar en el patio, bajo el enorme laurel.

Otro antiguo palacio con bodega también es ahora un restaurante: Doña Negra. Éste lleva por nombre el apodo que le dieron a la madre de César, el cocinero y propietario, allí en su Argentina natal. Él lleva ya tiempo en España, siempre en los fogones, y desde hace un año, aquí en Toro propone una cocina elegante y sabrosa, con ingredientes de gran calidad y mezcla de tradiciones locales, españolas y argentinas. Todo combinado con el vino de Toro, por supuesto. Y hay dónde elegir pues prácticamente el total de las 75 referencias de su carta son marcas toresanas. ¡Ah! y está prohibido irse sin probar algún postre, como la cuajada de Tinta de Toro y sorbete de limón.

Aquí cerca está la Torre del Reloj, construida en el siglo XVIII sobre el arco de la antigua puerta del Mercado de la muralla del siglo XV y que, por su altura, se ve desde cualquier parte de la ciudad. Pero es más conocida por la leyenda que dice que en la argamasa de su construcción se utilizó vino en lugar de agua, ya que era más fácil conseguir aquél que ésta. En primer lugar había de sobra y, además, más cerca, pues en todas las casas había bodega. Con que cada una sacara un poco se ahorrarían los viajes hasta el río. Un grafiti junto a la torre recuerda esa leyenda que viene a remarcar la abundancia de vino que siempre hubo aquí, con una frase que reza: “Por abundar más el vino que el agua decían los arrieros que vino para el mortero y por cimientos manojos”.

 

Emprendedores

Lo que también hubo siempre en estos lares fue buen queso y el Museo del Queso Chillón da cuenta de ello, pues no solo cuenta el proceso de elaboración de este producto sino también la historia familiar de los Chillón, queseros desde finales del siglo XIX. El recorrido es guiado y mezcla anécdotas personales e históricas, fotografías, elementos etnográficos (algunos únicos, como prensas o moldes), audiovisuales y una degustación, claro. El negocio, que hoy va por la cuarta generación, se inició con Manuel Chillón, que se hizo arriero y se fue a vender quesos, pieles curtidas y corcho hasta Galicia. Parece ser que el queso fue lo que triunfó, a la vista está… El corcho lo encontramos hoy muy cerca de la quesería y el Museo, pues a pocos metros está Covitoro, una bodega cooperativa que echó a andar en los años setenta con el mismo afán de superación que los Chillón lo hicieron décadas antes con el queso. Sus instalaciones mantienen los depósitos de cemento, ahora de nuevo demandados en las elaboraciones, y a finales de año presentará su nueva oferta enoturística.

Desde luego, apasionados del vino y emprendedores no faltan en esta tierra. De esa pasión unida también a la gastronomía surgió Bodegas Latarce. Dicen que no entienden el vino sin la cocina, así que acabaron sumando un restaurante al proyecto bodeguero. Y luego llegó un gastrobar y una tienda donde venden productos propios (vino, claro, pero también licores y hasta cerveza que elabora uno de los chicos del gastrobar, que es maestro cervecero). De la pura pasión nació igualmente ViñaGuareña, una bodega centrada en elaborar vinos de calidad con la variedad Tinta de Toro. Eso lo han conseguido, pero también otro reto: recuperar viñedos de Verdejo autóctono para crear un vino blanco fermentado en barrica. Su nombre es Iduna.

 

Con mucho arte

Sí, en Toro hay una Verdejo autóctona. De viña vieja queda poca pero se está volviendo a plantar. También hay Malvasía. Y el mejor lugar para conocer cómo llegaron aquí estas variedades es el Museo del Vino Pagos del Rey, en Morales de Toro. Las antiguas naves de elaboración de la Bodega Bajoz (el nombre anterior) se transformaron hace cinco años en un completo museo donde se explica la historia de los vinos zamoranos y, en particular, de los de Toro, pero también otros aspectos generales relacionados con la cultura del vino.

La tecnología se ha aliado a la tradición para crear escenarios tan atractivos como los que se pueden sentir en los viejos depósitos de cemento que ahora se pueden recorrer por el interior mientras vemos (con la técnica del mapping tridimensional) cómo fermenta la uva o cómo se descuban. Pantallas interactivas conviven con viejas tijeras podadoras, cuévanos, alforjas de castaño, cantimploras de paja trenzada u odres, y todo ello en unas salas llenas de color. Aquí descubrimos una curiosa anécdota relacionada con la Colegiata: parece ser que el templo pudo acabar de construirse gracias al vino. Por aquel entonces no se pagaban impuestos por el vino pero la Corona concedió un

privilegio a los canónigos por el que podían cobrar una tasa por la hoja de la vid. Los pastores solían meter a las ovejas en las viñas una vez acabada la vendimia; con el nuevo impuesto, si los viñedos pertenecían a la iglesia esta recaudaría dinero por permitirlo. Es de suponer que a los pastores no les hizo mucha gracia, pero sirvió para completar la maravilla artística con la que hemos empezado el viaje.

Siguiendo con el tema de museos y con el arte, toca ahora visitar Bodegas Fariña, una de las pioneras y artífices en la creación de la Denominación de Origen Toro. 

Sus propuestas enoturísticas son de lo más atractivo y, desde hace unos años, incluyen un pequeño museo de pintura formado por las obras ganadoras del concurso ‘El Primero de Fariña’. Este certamen premia una obra que se convierte en la etiqueta de su vino ‘Primero’, un maceración carbónica que sale al mercado 45 días después de iniciada la vendimia. Todo comenzó en 1995 cuando un cliente holandés les encargó un vino al estilo del Beaujolais francés. Ahora, además de ver la colección, podemos asistir a la ‘Fiesta del Primero’, que sería algo así como el ‘Toro nouveau’.

Bodegas Valbusenda también se apuntó a la creatividad artística y desde hace siete años convoca un certamen de arte en el que las obras se presentan en formato circular, según las dimensiones de los fondos de las barricas. Las obras ganadoras de las anteriores ediciones s

e pueden ver al realizar la visita. Aquí, el arte también está en la concepción arquitectónica de la propia bodega y en la decoración de las estancias del hotel, como la sala de desayunos, cuyas paredes reproducen una especie de composición caleidoscópica donde se suceden todos los colores que tienen que ver con los viñedos y el vino.

Justo en la loma de enfrente, al otro lado del río, está Bodegas Monte La Reina. Al estar en un altozano tiene unas vistas privilegiadas, así que, jugando con eso, la fachada de la bodega viene a representar una cámara de fotos, lista siempre para tomar una instantánea. Desde luego, los que tomamos fotos somos quienes visitamos este edificio, pues en su interior, la arquitectura sigue creando divertidos guiños y llena la primera nave de color gracias a la interacción de la luz exterior y los cristales tintados de unos ventanales que desde afuera no se aprecian. Las instalaciones de esta bodega están pensadas para grandes eventos y han construido hasta un alojamiento con forma de castillo… ¡por si alguien quiere darse el capricho de dormir en una fortaleza moderna!

La monja y la mariposa

Este viaje va tocando a su fin, pero no queremos irnos sin visitar dos proyectos muy singulares. El primero lo encontramos en Valdefinjas y se trata de Teso La Monja, una de las bodegas que marcaron el nuevo camino de los vinos de Toro. Detrás de ella está la familia Eguren, la misma que fundó aquí Numanthia Termes con la que lanzó a Toro al estrellato. Ahora en Teso La Monja siguen por el mismo camino, elaborando vinos modernos y recuperando viñedos viejos (algunos de ellos en terrenos a los que nunca llegó la filoxera). La bodega plantea visitas a la carta. Así todo está personalizado y se adapta al nivel de cada uno. Pero antes de recorrer la bodega y probar los vinos siempre se incluye un buen paseo por el viñedo, para explicar de manera clara que aquí es de donde surge y debe surgir todo.

Es la misma premisa que sigue María, de Finca Volvoreta. Ella es ingeniera industrial pero después de unos años en el extranjero se dio cuenta de que lo que de verdad le apetecía era apostar por su pueblo, Sanzoles del Vino, la cultura rural y el legado de su abuelo. Así que acabó montando una bodega con sus hermanos, estudiando Enología y abanderando un proyecto lleno de energía, osadía y verdad, en el que la ecología y la biodiversidad parecen ser las guías. Salir con ella a recorrer las parcelas, en el monte, significa volver siendo un poquito más sabios: aprendemos de agricultura, de aves, de insectos, de geología, de plantas, de historia y hasta de gastronomía. “Este queso lo hacen en un pueblo de aquí cerca, y estos chocolates también”, dice mientras abre una botella de Volvoreta y prepara un picnic medio improvisado junto al pinar que bordea la viña. Los colores que nos han seguido durante todo el viaje están también presentes en la etiqueta del vino (que está buenísimo, por cierto). Así es como hay que viajar y vivir siempre: ¡en colores!

El Hada y la Sombra

Hace mucho, mucho tiempo, antes de que los hombres y sus ciudades llenaran la tierra (…)”. Así comienza la breve historia que, a manera de cuento de buenas noches y escrita en una cuartilla de papel, da la bienvenida a la habitación (o, al menos a la mía) del Hotel Valbusenda. Una botella de vino tampoco falta, claro, pues este hotel también es bodega. Está en una ladera frente a la fértil vega del Duero, en Toro, y como gran parte de las paredes son de cristal, los campos y los sotos del río están siempre a la vista. Se ven también desde el restaurante, Nube, donde se degusta una cocina franca, ligera y llena de sabor.  En la parte de atrás hay un viñedo y un monte de encinas. ¿Qué falta para desconectar completamente? Pues un spa (el wine spa pionero de la zona) en el que los tratamientos a base de vinoterapia (crema de uva, arcillas con polifenoles vínicos, lociones tónicas de extracto de uva, jabones exfoliantes con pepitas…) son la estrella.

 

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