Dicen que es una montaña mágica. Me refiero al monte Arabí, el lugar por donde he comenzado este nuevo viaje, por el territorio de la Ruta del Vino de Yecla. Esta sierra está a unos veinte kilómetros al noreste de la ciudad, en la comarcar del Altiplano, lindando ya con la provincia de Albacete. A mí sí me lo parece, sí, pero por motivos distintos a los de los avistamientos de ovnis y otros esoterismos. Esa magia empieza ya en la misma base, con las viñas viejas de Monastrell que todavía crecen aquí. He quedado en unas horas con Juan Pedro Castaño para visitarlas, pero ahora, de buena mañana, antes de que apriete el sol (o se ponga a llover, que las últimas semanas de esta primavera están así de revueltas) voy a recorrer una parte del monte.
Fotos: OCA/ Varios
Empiezo por algunos de los yacimientos arqueológicos que guarda y que, en este caso, claro, están custodiados y protegidos, por lo que se visitan con guía. Poder observar pinturas rupestres tan de cerca emociona. Son pinturas que forman parte del gran conjunto del arte rupestre del arco mediterráneo, y que fueron ‘descubiertas’ por Julián Zuazo Palacios (uno de los impulsores del Museo de Albacete). Entrecomillo ese “descubiertas” porque fue un pastor el que le habló de ellas y le puso en camino, por lo que, en realidad, descubiertas ya estaban, claro. Ante nuestros ojos desfilan caballos, bóvidos y otros animales, pintados con óxido de hierro, junto a símbolos abstractos y lo que parece ser una figura humana. ¿Representa esa figura a un dios? ¿Son escenas de rituales de caza o domesticación? ¿Con qué propósito pintaban quienes dejaron todo esto plasmado en la roca? Me encantaría conocer ese código antiguo y poder leer estas paredes de piedra y los relieves que encontramos en otro punto de la montaña, las cazoletas y acanaladuras talladas en la parte que llaman el Arabilejo.
La interpretación de otro de los rincones más conocidos del monte Arabí es más fácil, al menos de manera general. Hablo de la cueva de La Horadada, una enorme caverna abierta por la parte superior y por uno de sus flancos. Aquí el espectáculo lo da la geología y este relieve kárstico que hace millones de años estuvo en el lecho marino. El hecho de ser una montaña de roca caliza hace que el Arabí esté plagado de cavidades, agujeros y brechas que dispararon la imaginación de las gentes a lo largo de la historia, situando en ellos tesoros escondidos por misteriosos caballeros. A la vista, desde luego, hay uno: el paisaje. Desde aquí se tiene una panorámica perfecta y vemos cómo alrededor de Yecla se extiende una enorme zona de llanura rodeada de sierras: la del Carche, la de Salinas, la del Buey y las ramblas de las Tobarrillas. Los pasos entre unas y otras se convirtieron en los caminos que unían la costa con la meseta, y esa estratégica situación geográfica determinó su historia.
Vinos y aceites
Vuelvo a los pies del Arabí, donde ya me está esperando Juan Pedro Castaño, uno de los tres hermanos de Bodegas Castaño, junto a la vieja viña de Monastrell que decidieron comprar al enterarse de que iba a ser arrancada. “La capa de suelo es muy pequeña”, me explica, cogiendo un puñado de la tierra blanca calcárea; “en seguida está la roca y a la raíz le cuesta profundizar”. Pero eso, junto a la edad del viñedo y la altitud, hacen que de aquí salga una uva excelente. Yecla tiene dos zonas bien diferenciadas en cuanto a clima, terreno y altitud: Campo Abajo, al sur, más mediterráneo y con altitudes de hasta 650 metros; y Campo Arriba, al norte, más continental, donde predomina la caliza y donde los viñedos pueden estar plantados hasta a 900 metros. Todo ello da lugar a una enorme variedad de matices en el resultado final, claro, y en Castaño podemos comprobarlo gracias a la cantidad de referencias distintas que elaboran (casi todo, además, en ecológico). Tampoco se quedan atrás en oferta de propuestas y actividades enoturísticas, muchas de las cuales se desarrollan en el exterior, en el viñedo (yoga, paseos, maridajes…), ¡y es que sería una lástima no aprovechar un entorno natural como este!
Ellos fueron de los primeros en dar un giro al concepto que se tenía de la Monastrell que, como les ocurría a otras variedades de toda España, habían acabado por ser incomprendidas y minusvaloradas. Quien quiera adentrarse en el universo Monastrell puede comenzar aquí, por ejemplo con la Enoescapada Monastrell, en la que, además de probar cuatro de sus vinos emblemáticos (maridados con productos murcianos), se cata también su aceite de oliva Virgen Extra.
De aceite, precisamente, también saben en Yecla los Ortega. Y de oleoturismo. Y, ¿quiénes son los Ortega? Pues Marcelo, Rafaela y su hija Marta. Deortegas es el nombre de la almazara que Marcelo y Rafaela fundaron hace trece años y donde, bajo el cultivo ecológico, elaboran aceites de oliva Virgen Extra que se cuentan entre los mejores. Desde casi el principio pusieron en marcha las catas, que antes hacían en su propia casa pero ahora han construido una sala especial para las visitas y las actividades, que es una maravilla, por la sencillez del diseño y por los amplios ventanales que permiten que la vista se recree con el paisaje de cultivos y montes.
Aquí se hacen las catas y en los olivares una de sus actividades estrella: el Yoga entre olivos, en la que, tras la sesión, en plena naturaleza, se degustan los cinco tipos de aceites que elaboran con las variedades: Picual, Arbequina, Cornicabra, Hojiblanca y Frantoio.
En La Purísima también elaboran los dos productos, vino y aceite. Es la cooperativa que se fundó en 1946 y que logró la obtención de la Denominación de Origen que, por cierto, es la única en España cuyo territorio se circunscribe al de un solo municipio. Siempre fue una bodega con una filosofía moderna y eso se nota también hoy no solo en la concepción de sus vinos sino en otras facetas como su apuesta clara por el enoturismo. Sus visitas son de lo más didácticas y los espacios diseñados para acoger a los visitantes atractivos como pocos. En el antiguo espacio del despacho está hoy la tienda, pero también se mantiene la tradición del servicio a granel. De hecho, lo que más llama la atención es la pared donde están los dispensadores, forrada de losas rojas brillantes o, tal vez sería más correcto decir, losas de color rubí… como los vinos de Monastrell.
Aprovecha el momento
En Yecla hay un halo disfrutón, un espíritu carpedieminiano (si se me permite el palabro) que yo creo que tiene bastante que ver con el mundo del vino que aquí impregna prácticamente todo, y, junto a él, el resto del universo gastronómico. En la visita a Bodegas Barahonda casi se palpa: el recorrido por las instalaciones tiene espíritu hedonista, incluso las salas de depósitos de acero. Y luego está la terraza que se despliega en el gran hall exterior, rodeado de viñedo, y el restaurante de la planta superior.
La de Barahonda es una cocina moderna, con bastantes juegos sensoriales pero donde el gusto se acaba imponiendo y reconociendo la labor con el producto en los fogones. Aquí se elabora vino, sí, pero está claro que este edificio está diseñado para reunir a gente, para disfrutar y hasta para que en ese lance sintamos que nos entra “una ráfaga de honda poesía”, como decía Azorín de Yecla.
Aunque nació en Monóvar (Alicante), José Martínez Ruiz, pasó varios años en Yecla, de donde era su padre. Por diferentes lugares de la ciudad encontramos unos azulejos de cerámica que reproducen parte de su obra en la que habla de la ciudad. Esta Ruta Azorín es una de las maneras más singulares de recorrer las calles y los alrededores de la localidad, pero también podemos seguir otros itinerarios o, simplemente, dejarnos guiar por donde nos vayan llevando nuestros pasos. Tarde o temprano llegaremos, seguro, a la Plaza Mayor, donde está el Palacio del Concejo, el antiguo Pósito, el Palacio de los Alarcos, la Lonja antigua, la Torre del Reloj y la estatua del Tiraor, admirada y rechazada a partes iguales por los yeclanos. La controversia con las estatuas seguro que no existe con la colección que guarda el Museo Arqueológico ‘Cayetano de Mergelina’, ubicado en el Palacio de los Ortega. En sus salas se exponen piezas de arte prehistórico, íbero, romano e islámico excepcionales, como una Dama oferente o uno de los considerados mejores bustos del emperador Adriano.
El deambular por las calles yeclanas también nos llevará hasta la Basílica de la Purísima Concepción, una iglesia de dimensiones colosales cuyas bóvedas están decoradas con luminosas y sorprendentes pinturas murales; el Teatro Concha Segura, un inesperado teatro a la italiana, con los dorados y terciopelos rojos pertienentes; y el yacimiento arqueológico Hisn Yakka, en el Cerro del Castillo, la fortaleza de la época islámica de donde deriva el nombre de Yecla. En este Cerro del Castillo, además, podemos seguir un recorrido por pasarelas de madera que ofrece unas vistas únicas de la ciudad.
No te lo pierdas
Todavía hay tres lugares más que no deberían faltar en una visita a Yecla. Son tres restaurantes. El primero es el Aurora, ubicado en el Hotel Avenida. Antes fue una fonda, luego una pensión y, en los años sesenta se convirtió en el primer hotel de Yecla. A finales de los setenta se inauguró el restaurante, que hoy regentan Aurora y Roberto, primos entre sí y nietos de los fundadores del negocio, Tomás y María Luisa. Aquí sirven cocina tradicional, o sea que podemos encontrar desde rellenos yeclanos (conocidos como pelotas), a gazpachos, pasando por queso frito y gachasmigas.
El segundo es el bar La Bodega, toda una institución, al estilo de los mesones y las tascas madrileñas, de donde Antonio (que estudió enología en Madrid y luego fue veedor en el CRDO) tomó la idea para transformar una antigua bodega subterránea de finales del siglo XIX en un restaurante informal con barra de cocteles y vinos de Yecla de calidad. Se abrió a finales de los setenta y pronto se convirtió en el lugar favorito de la juventud ochentera yeclana. Hoy sigue estando igual de solicitado y aunque Antonio ya se ha jubilado, su hijo continúa trabajando y manteniendo el mismo espíritu. No hacen reservas y siempre hay cola. ¿Qué hay que pedir aquí? Pues caracoles, tortilla de patatas o michirones (habas condimentadas). De beber, vino de Yecla, claro. Y después puedes probar un Rosendo, un cóctel a base de fanta de limón, vino blanco (o cava o sidra), granadina y licor de manzana sin alcohol, inventado por Antonio.
Y en tercer lugar, La Zaranda, otro de los bares míticos de Yecla que todo el que venía de fuera conocía y preguntaba por él, en una época en la que no había ni Internet ni redes sociales, ojo. La Zaranda era otra bodega reconvertida en bar en la que se reunían los personajes más curiosos de la ciudad, donde convivían viejos y jóvenes; un garito en el que se charlaba y se cantaban habaneras y zarzuelas a ritmo de buen vino añejo de tonel, y se tomaban tapas de nombres tan peregrino y ocurrente como ‘recortes de sotana’ (morcilla), ‘sostenes de tanguista’ (dos aceitunas en un palillo), ‘hígado de concejal’ o ‘pollas en vinagre’ (sardinas con guindillas). Parte del listado de esas antiguas tapas sigue en la pared de La Zaranda, que cerró a finales de los años noventa y ahora ha vuelto a abrir con el cocinero Jorge Belando en la gerencia y en los fogones.
La Zaranda ha cambiado, claro, pero Jorge posee el mismo espíritu gamberro y algo iconoclasta de los antiguos dueños (iba con él o lo cogió en Inglaterra, desde donde se vino para reabrir el bar). También el carácter acogedor, por lo que parece ser la persona ideal para continuar con La Zaranda. Su propuesta mezcla los platos murcianos con la tradición asiática… y está gustando. Los vinos, eso sí, solo de Yecla, como toca y como manda la tradición en esta cantina.
Libricos de Yecla
La familia de Mari Ródenas lleva elaborando libricos desde 1850. Ella representa la quinta generación al frente de una de las empresas más de Yecla. ¿Qué son los libricos? Pues son un dulce hecho a base de finas capas de obleas (decoradas con grabados que reproducen los monumentos de la ciudad) entre las que se unta miel. Esa es la versión tradicional, aunque también existe una más moderna en la que el relleno es de chocolate. Y las dos están buenísimas. La idea fue de la bisabuela de Mari, Joaquina Contreras, que salía a venderlos fuera, a bordo del Chicharra (el tren que iba a Villena). Con los años, los libricos seguirían viajando pues se convirtieron en el regalo que los representantes de muebles de la boyante industria yeclana llevaban por todo el mundo. ¡Y hasta a la televisión llegaron; ni más ni menos que al mítico Un, dos, tres!
En Yecla, desde luego, son toda una institución. En 1880, unas ordenanzas municipales marcaron que el Mayordomo (el representante de las fiestas patronales) estaba obligado a dar “una vuelta de libricos con mistela” a los tiradores (otros personajes de las fiestas), algo que se ha mantenido hasta hoy en día. También la forma de comerlos, acompañados de un vasito de mistela. Es un producto de lo más sencillo pero exquisito. Y la receta, claro, los ingredientes de la masa de las obleas, se guarda en secreto…