Queridos amigos. Escribo estas líneas desde Bolonia, capital de la región italiana de Emilia-Romaña, tras más de dos meses de confinamiento, del que poco a poco se intuye el fin, consecuencia de una situación que no vislumbrábamos ni en la más aciaga de nuestras pesadillas. Lo mismo ocurre en gran parte de los países del mundo, incluida mi querida España, otro de los escenarios en donde el Covid-19 ha hecho unos estragos que nunca podremos olvidar.
Por Eugenio Occhialini
El encierro es, en todo caso, la única y radical manera de frenar el colapso de los sistemas sanitarios, desbordados por una pandemia mundial provocada por el Coronavirus y la enfermedad que le acompaña (el Covid-19) de unas dimensiones inesperadas.
Llevamos semanas aplaudiendo la labor de los profesionales sanitarios, al pie del cañón y trabajando en unas condiciones extremas. También la de los trabajadores de los mercados (no dejéis de visitar los maravillosos mercados de proximidad) y supermercados, además de las tiendas de alimentación, de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, de farmacéuticos, informáticos o propietarios de kioscos de prensa, que están dando lo mejor de sí mismos en momentos de desolación. Son indispensables para que no se corte nuestro frágil hilo de esperanza.
Celebramos, faltaría más, la impagable labor de los medios de comunicación, afectados por sucesivas crisis en la última década, y que se han volcado en su labor de servicio público sin pensar siquiera en circunstancias posteriores.
Pero por nuestra dedicación profesional y mi condición de ingeniero Agrónomo quiero hoy, en la hora más negra, alabar la tarea de las gentes del campo y del mar, de agricultores, ganaderos y pescadores que, cuando todo haya pasado tendrán también que afrontar una época particularmente incierta.
Dìas antes de que estallara la pandemia y cambiara de golpe nuestras vidas, el mundo rural español estaba en pie de guerra, defendiendo unos precios justos y acordes con la importancia de la calidad de los productos que elaboran. Ahora su lucha ha quedado aparcada ante la emergencia mundial y el campo está dando lo mejor de sí, aunque sufra en sus propias carnes el cierre de dos sectores de los que depende de manera extraordinaria, hablo del sector HoReCa y de la exportación que representan conjuntamente, en algunos casos, el 60% de toda su actividad.
¿Cuál será su futuro? ¿Quedará totalmente en manos de la gran distribución? ¿Qué va a pasar con tantas pymes y autónomos vinculados con el mundo rural… Van a necesitar todos los apoyos.
Confío en que la sociedad será generosa y en que reconozca este grado de compromiso de agricultores, ganaderos y pescadores en los momentos más difíciles cuando se han vuelto a revelar básicos para que, en un estado de crisis como el actual, el abastecimiento de todos esté garantizado y podamos cuidar individualmente de nuestra salud gracias a la contribución de los mejores alimentos. También estamos comprobando, desde el campo a nuestras ciudades y pueblos, el impecable funcionamiento de toda la cadena agroalimentaria en la coyuntura más compleja a la que nunca concebimos que tendría que enfrentarse.
Nuestros proveedores agrarios y los vendedores de nuestros mercados de proximidad van a necesitar del máximo apoyo y está en manos de todos nosotros hacer que ganen su batalla diaria en busca de la mejor calidad. Por eso, no solo debemos consumir sus productos sino acudir, cuando se pueda, a los lugares en los que nos los ofrecen en las mejores condiciones.
Es muy previsible, queridos amigos, que la pandemia del Covid-19 y sus todavía imprevisibles consecuencias nos conduzcan a una sociedad muy diferente a la actual. La globalización está, como nuestra vida, en cuarentena, y parece que el futuro apunta a replegarnos un poco sobre nosotros mismos para cuidarnos más y mejor de lo que lo hemos hecho.
Suena bien esa música de vuelta a lo local, de regreso a los orígenes y a unos mundos acaso mucho más pequeños, más cercanos y posiblemente mucho más solidarios. En ese escenario más o menos inmediato, la conexión entre productores y consumidores habrá de ser mucho más directa, recuperando quizá también aquellos ritmos vitales de nuestros abuelos que nunca debiéramos haber dejado de lado en aras de abarcar demasiadas cosas en demasiado poco tiempo. Y, más allá de estos apoyos concretos, que se harán cada vez más necesarios, creo que un reguero de solidaridad que discurra entre todas las capas sociales podría ser una de las ilusiones que nos ayuden a gestionar las dificultades económicas que se nos anuncian. Y una forma de disfrutar de un nuevo mundo más accesible y menos contaminado.
Mientras tanto, mucho sentido común, apoyo a quienes más lo necesiten y defensa de la tierra y de un paisaje en el que volveremos a integrarnos. Junto con la máxima sensibilidad ante el horror, creo que estos deben ser nuestros mecanismos de defensa ante la situación más dramática a la que nunca nos hemos enfrentado.