Entrevistas

Roberto Verino, diseñador y bodeguero en la DO Monterrei

“En general, los españoles no estamos orgullosos de nuestro origen ni somos capaces de vendernos bien, ni siquiera de ayudarnos entre nosotros”

Texto: Luis Ramírez. Fotos: www.robertoverino.com y Gargalo

A sus 71 años, Roberto Mariño (siempre Roberto Verino en homenaje a la localidad orensana donde nació) está convencido de que todavía le queda mucho tiempo para hacer cosas, para desarrollar sueños. De ancestros longevos, este diseñador español de proyección internacional siempre ha desarrollado, desde sus viajes por el mundo, un apasionado regreso a su tierra, a la comarca gallega de Monterrei, en la frontera con Portugal, vinculada históricamente a la producción de grandes vinos. En su corazón se encuentra Gargalo, la bodega en la que Verino y su equipo alimentan cada día una pasión que quizá le lleve, algún día, a volver definitivamente a los orígenes, a vincularse más directamente a su cuna.

Ha sido un placer para ORIGEN mantener, en un tórrido julio y en medio del bullicio del restaurante A´Barra de Madrid (propiedad de Joselito y La Catedral de Navarra e inaugurado hace pocos meses) una larga conversación con este creador de talla universal. Ha sido posible gracias a los auspicios de Rosa y Paco Vañó, propietarios de Castillo de Canena, y nos ha permitido descubrir su entrañable faceta humana y el entusiasmo que ha puesto, desde hace casi dos décadas, por la producción de vinos en la Denominación de Origen Monterrey, como propietario de un pago reconocido desde siempre porque en él la uva madura mejor y de una bodega sostenible. También su defensa apasionada de una tierra majestuosa habitada por gentes aventureras como corresponde a la cercanía de una frontera hoy prácticamente inexistente.

“Mi infancia fue muy estimulante y me acercó al concepto de felicidad que siempre he relacionado con las pequeñas cosas”

Porque, situémonos, Roberto Verino ha construido una extraordinaria carrera profesional desde que en 1982 sacó su primera colección de “pret-a-porter” femenina. Ha creado un conjunto empresarial de carácter internacional con tiendas propias en las que comercializa no solo su ropa sino también sus perfumes en Madrid, París o Lisboa y ha desarrollado también grandes proyectos de interiorismo. Ni la moda ni el vino son hoy mundos fáciles pero de la Bodega Gargalo (“Garganta” en gallego y que hace referencia a su ubicación espectacular en la falda del castillo de Monterrei) siguen procediendo, como hemos tenido la oportunidad de comprobar durante la velada, vinos excelentes y de muy cuidadosa elaboración, como el Viña Verino, vino de pago de mínima y exquisita producción, los Terras do Gargalo Lías y Carballo, así como los Gargalo Godello, Mencía y Treixadura más Albariño, muestra de la necesidad que tiene Roberto Verino de reivindicar las mejores uvas autóctonas. “La viticultura es una actividad tan a largo plazo -nos dice- que serán mis nietos quienes saquen rendimiento a todos estos años de dedicación”.  También producen los licores tradicionales gallegos de orujo, hierbas, café y crema, en la mejor tradición “aguardenteira”.

¿Cuáles son sus primeros recuerdos asociados con el mundo de la comida y del vino? ¿hacia dónde viaja su memoria gustativa? Tienen mucho que ver con los veranos en casa de mi abuela materna, una persona de quien me gusta hablar constantemente a mis colaboradores porque es la más joven que he conocido jamás, incluso a los 98 años que tenía cuando murió, sin haber estado apenas enferma. Siempre llena de vitalidad, de energía y de ilusión, lo más importante en la vida. Yo le pedia consejo para muchas cosas casi hasta el final y me daba su aportación como si fuera a disfrutar del resultado final del proceso, cuando hacían falta 20 o 30 años para ejecutarlo. Para mí fue un ejemplo, un referente para todo, representativo de que las mujeres en Galicia han tenido siempre una fuerza enorme. Aunque mis padres se fueron a vivir a Verín antes de que yo naciera, con los abuelos pasábamos el verano en Ferreira de Pantón, corazón de la Ribeira Sacra. Uno de sus modos de vida era vender el vino procedente de sus viñedos, situados en lugares privilegiados de la comarca. Éramos muchos hermanos y a los niños nos motivaba muchísimo saber que, para llegar a la viña, había que caminar entre tres cuartos de hora y una hora. Era un lugar idílico donde aprendimos a jugar de pequeños. Y así se generó mi curiosidad por el arte de la elaboración de vinos.

¿Y qué se comía en esa casa durante las vacaciones de verano? Como tenían huerta propia, que es algo maravilloso, se comía muy sano y había un cierto autoabastecimiento, característico de la sociedad gallega de entonces, además de cierta cultura del intercambio. Ese sentimiento de colaboración generosa era una forma de ser felices. Recuerdo aquellos pimientos y tomates, aquellas frutas…que proporcionaban aromas y sabores que hoy no están en los supermercados, aunque sean bonitos y exhiban mucha abundancia. Recuerdo los olores de la siega y sobre todo los del pan que se elaboraba en la casa, que están metidos en mi memoria y me aparecen, de vez en cuando, en alguno de mis viajes. Y aquellas comidas y cenas colectivas, para 30 o 35 personas en las que se abrían aquellas latas de sardinas que sabían verdaderamente a gloria. Por eso y con el recuerdo de aquella familia tan grande, siempre he buscado también hacer piña. Fueron una infancia y una juventud muy estimulantes que me acercaron al concepto de felicidad que siempre he relacionado con las pequeñas cosas. Y en Ferreira de Pantón había todo lo necesario para una vida plena y gratificante.

“De los vinos de Monterrei hablaron maravillas los franceses en los tiempos de la invasión, en el siglo XIX. Calificaron incluso a la comarca como la Borgoña española”

Pero a pesar de la fuerza del terruño, del poderío de ese mundo rural gallego tan sugerente, ¿decidió emprender aventuras profesionales lejanas? Es verdad, yo salí bastante guerrillero y eso tuvo que ver mucho con mi formación académica. Tuve un grandísimo profesor, don Jesús Taboada Chivite, director de la Academia, que nos intentaba inculcar algo que echamos mucho de menos en nuestro tiempo, que es el orgullo de país. Él estaba convencido, por ejemplo, de que Viriato era de Verín y lo argumentaba perfectamente, igual que la condición gallega de Cristóbal Colón. Y nos sabía inculcar la fuerza y la importancia del castillo de Monterrei, para mí un escenario absolutamente mágico. Ese profesor supo transmitirme que nuestra historia era importante, igual que nuestro paisaje y nuestra gente. Yo sentía cierta envidia de los muchos portugueses que recorrían Verín, que entonces no tendría más de 6.000 habitantes y que, estando en una situación bastante precaria, eran gente sonriente y orgullosa, una condición de la que los españoles, en general, carecemos: ni estamos orgullosos de nuestros origenes ni somos capaces de vendernos bien ni, sobre todo, de ayudarnos entre nosotros.

Monterrei ha tenido siempre una intensa vinculación con el mundo del vino, ¿a cuándo se remonta esta historia? Mucho antes de los romanos. Pero hablemos de fechas más recientes. Es el territorio con mayor superficie de viñedo que casi se dejó morir, porque entre los años treinta y  setenta del pasado siglo no se buscó la calidad ni se hizo nada a favor de su relanzamiento. Las nuevas generaciones no se interesaban por la viticultura y la gente mayor iba desapareciendo. Por eso decidí apostar por la tierra, mantener la casa de Verín y, posteriormente, comprar una finca en las laderas del castillo de Monterrei, el kilómetro cero de la comarca, y de cuyos vinos hablaron maravillas los franceses en los tiempos de la dominación, en el siglo XIX. Calificaron incluso a la zona como la Borgoña española. Mucho antes, recordemos también que el último conde de Monterrei, que fue virrey de Mexico y Perú, se llevó las cepas a América. El origen del vino del Nuevo Mundo estaría, por lo tanto, en nuestra tierra. A mi todo esto me parece suficientemente fascinante, una historia poderosa para defender los valores y el territorio. Y recordemos que muchos prescriptores del mundo del vino han reconocido que lo más sobresaliente que está pasando ahora en la viticultura española, ocurre dentro de las fronteras de Galicia. Yo aposté por apoyar la zona porque en toda mi vida profesional he estado convencido de que es necesario que los productos se valoren para que no se prostituyan. 

¿Cuándo se inicia la historia de la Bodega Gargalo? En 1997. Dos años antes, habíamos empezado de manera más tímida en una bodega pequeña para hacer pruebas y ensayos. Lo importante era la finca con ocho hectáreas de viñedo, situada en la zona más prestigiosa del valle desde el punto de vista vitivinícola, al lado del majestuoso castillo y resguardada por el monte San Salvador. Es una ubicación realmente privilegiada, porque se domina todo el valle y también las tierras portuguesas cercanas. Hicimos una bodega integrada perfectamente en el paisaje y sin distorsionar el entorno. Llegamos a un acuerdo familiar con el que cada uno se dedicaba a una parcela de actividad. Uno de mis hermanos, Miguel, fue el que se hizo cargo del proyecto de la bodega, mientras que yo lo apadrinaba.

¿Qué es lo que persigue realmente con su acercamiento al mundo del vino? Aspiro a seducir los sentidos, algo que hago extensivo al diseño, la moda, el interiorismo, los perfumes y también el vino. Ofrecer a la clientela un elemento enriquecedor que sobresalga sobre el resto. Yo he ido poniendo los recursos y vigilando para que todo el proceso se desarrollara con el máximo rigor. Y en el mundo del vino he encontrado gente maravillosa con la que compartir. Yo lo que quiero es la excelencia y para eso hemos buscado a los mejores. No he querido ser un intruso sino un colaborador generoso y entusiasta, porque estoy convencido de que la calidad da resultados y el cambio se está produciendo. De hecho, si en 1997 éramos la cuarta bodega en el valle de Monterrei, hoy hay 27, lo que evidencia que hemos hecho bien los deberes.

“En Gargalo, tenemos estabilidad en la producción en torno a las 120.000 o 130.000 botellas y no buscamos la rentabilidad sino la singularidad”

¿Cuál es, desde su punto de vista, la singularidad de Monterrei dentro de las otras Denominaciones de Origen gallegas? Estamos en una ubicación ideal para la producción de vino. La mejor demostración es que allí la viticultura es anterior a la época de los romanos. Monterrei se libró de la filoxera y eso fue muy importante y uvas como la Godello y la Treixadura en blancas o la Mencía en tintos dan lo mejor de sí mismas. También tenemos otras como la Dona Branca, que fue un regalo del Conde de Monterrei a donde Branca de Braganza, la Albariño, algo más secundaria, y tintas como la Arauca o la Merenzao o Bastarda. Creo que Gargalo está contribuyendo a poner Monterrei en el mapa enológico de España, recuperando las calidades de antaño. El vino se hace en realidad en la viña de manera natural y no hay que incorporar elementos químicos añadidos a los consustanciales. Lo más importante es respetar los procedimientos naturales para que todo vaya bien.

¿Cómo han ido evolucionando los vinos de Gargalo a lo largo de los años? Las cepas más antiguas tienen ahora 18 años. Aunque siempre hemos tenido afán de superación, nuestro listón es muy elevado, pues elaboramos grandes vinos, como ha reconocido la crítica a través de numerosos premios. La evolución consistirá en seguir buscando los elementos diferenciadores, defendiendo la autenticidad y la tradicional forma de producir vino en la comarca. Estamos mejorando mucho la viticultura pero queremos crecer poco a poco, siempre comercializando lo que la cosecha da, porque la Naturaleza muchas veces desmiente muy pronto las mejores perspectivas. Tenemos estabilidad en la producción en torno a las 120.000 o 130.000 botellas y no buscamos la rentabilidad sino la singularidad, que nuestros vinos crezcan porque ofrecen algo que los diferencia. Tenemos algunos clientes internacionales en Japón, Australia, Suiza, Alemania, Miami… Pero han sido ellos quienes nos han descubierto, porque no tenemos capacidad para lanzarnos seriamente hacia otros mercados.

¿Qué se puede hacer para acercar el mundo del vino a las nuevas generaciones, para aumentar el bajísimo nivel de consumo actual? Yo soy optimista. La gente joven percibe la historia que hay detrás de un vino y cuando comprueba al tomarlo que no le duele la cabeza o el estómago, como le pasaba con algunos de los vinos que tomaban sus padres, se va enganchando. Creo que debemos ganarles para nuestra causa gracias a la historia y a la cultura, esos inmensos valores que lleva consigo el mundo del vino. Y recordar que lo importante no es ser expertos en su liturgia, sino disfrutar del vino y seguir avanzando en sus secretos. El buen vino es el que se abre con pasión, se disfruta en cada gota y uno se lamenta cuando la botella se ha terminado.

¿Cuál es su momento para el vino? ¿A qué hora del día le gusta disfrutarlo? No me gusta dar demasiadas reglas en este sentido. Hay personas que piensan que blancos y tintos deben tomarse con determinadas platos, pero es un mundo absolutamente abierto. A mí me encanta disfrutar de un blanco antes de la cena, cuando ya ha caído el día, porque te sabe a gloria. Y los tintos charlando con amigos y tomando algo. En todo caso, son decisiones muy personales. Cuando le preguntaban al portugués si “¿Branco o tinto?” el respondía “Muito”.

¿Han recibido una buena acogida por parte del mundo Parker? Bueno, su actual representante en España, Luis Gutiérrez, dice estar enamorado del valle de Monterrei, de la calidad y territorialidad de sus vinos. En todo caso, las calificaciones de las guías no afectan a nuestra manera de elaborarlo. Nos han dado premios pero por hacer exactamente lo que sabemos hacer, nada diferente. Y, por recuperar, en mi opinión, las esencias de la viticultura gallega en un pago privilegiado.

¿Qué relaciones podemos establecer entre el mundo de la moda y el del vino? Combinan de una manera sencilla, natural y singular. Yo como profesional del diseño y la moda tengo que ser fiel a las demandas de los sentidos y exactamente ocurre lo mismo con el productor de vinos. Ambos manejamos colores, olores (como los de los perfumes que también hacemos), texturas (surcos, glicérido)… hay muchisimas coincidencias. De hecho, existe un color que es el Burdeos que procede del vino y no puede definirse de otra manera. Por tener, tenemos hasta herramientas comunes, como las tijeras, para los tejidos y para los racimos. Lo más importante para las dos actividades es que hay que anticiparse a las necesidades del consumidor y darle lo mejor en las condiciones ideales.

¿Se considera, por lo tanto, un autor de vinos? He apostado por el carácter de nuestra tierra, por las variedades, por la garantia de la autenticidad. A partir de ahí, el profesional, que es el enólogo, es quien propone y marca el camino. Si tiene dudas, me consulta; si no, tira para adelante. Yo tengo el máximo respeto a su responsabilidad. Por eso, no soy autor de los vinos pero quizá si su inspirador, dentro de mi permanente búsqueda creativa. Y, sobre todo, lucho para que seamos rigurosos y respetuosos con las esencias.

Finalmente, ¿qué se tomaría en un día de verano como hoy y con que vino lo acompañaría? En Monterrei estamos cerca del mar y tenemos pescaderías que nos surten cada día de verdaderos tesoros marineros, de los que disfruto mucho cuando llega el calor. Mis almuerzos suelen ser muy ligeros y de trabajo pero, a la hora de la cena, mucho más placentera, me puedo dar algún capricho. Por ejemplo, un buen marisco y un pescadito acompañados de un Godello o un Terra do Gargalo Lías. Es como tocar el cielo con los dedos.

 

Redacción

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