Por Luis Cepeda
Se cumplen, pues, 70 años, nada menos, de la operatividad del primer chiringuito de España, con su rótulo aún vigente en la fachada del lugar que lo originó. González-Ruano, animal literario asombroso (se le acreditan más de 25 mil crónicas y casi un centenar de libros) no alcanzó los laureles de la Academia de la Lengua debido, entre otras cosas, a su vida disipada en tiempos de continencia. Sin embargo, en 1983, su palabro quedó registrado en el Diccionario de la RAE, definiendo chiringuito como un “quiosco o puesto de bebidas al aire libre”. La denominación se asoció también a lugares –estables o provisionales–, donde se ejerce un comercio modesto; incluso, figurativamente, alude a connivencias políticas algo clandestinas.
Pero está claro que los chiringuitos son, ante todo, instalaciones hosteleras, más o menos informales, que pueblan los alrededores del litoral durante el verano. Su condición provisional y temporera los rodea de cierta fragilidad tanto escénica como comercial. A menudo desaparecen y reaparecen, pues suelen mantener conflictos tenaces con las ordenanzas. Pero decididamente son un
Cada año, publicaciones recreativas o de estilo de vida y los blogs más enterados suelen emitir las listas de los chiringuitos que se vislumbran en vísperas del verano, para que los veraneantes tomen nota y activen sus planes. Cada vez son más aparatosos y versátiles en su oferta festiva, pero no es fácil vaticinar su competitividad gastronómica. Si acertar en un restaurante nuevo es fortuito, en la fugacidad de un chiringuito es una entelequia, cuyas fortuitas contrariedades conviene asumir con talante vacacional y sin berrinches. Las experiencias de parroquianos confiables facilitan el acierto, cuando unos cuantos coinciden. Y entre las mejores opciones –que diría el científico–, la más simple y cercana será la acertada. Desde la experiencia propia me atrevo a mencionar algunos donde la modalidad manifiesta, para mi gusto, las cualidades de honestidad comercial, producto fresco con resolución culinaria escueta y amabilidad en el trato que considero fundamentales para disfrutar de un chiringuito, sin mayores pretensiones.
Por ejemplo, guardo un buen recuerdo de Es Ministre, en la playa de Illetas en Formentera, por su emplazamiento exclusivo, su marisco, guisos locales y experiencias como las de saborear los raons, galanes o loritos
Una cosa lleva a otra y este repaso a la llegada de los chiringuitos verifica la actualidad del pescado en la temporada estival. El repetido proverbio de que los mariscos gozan de su plenitud en los meses que llevan una erre en el nombre, nos sustrae de otra evidencia: la calidad suprema de los pescados tiene lugar, precisamente, en los meses que no llevan erre. Entre abril y septiembre –meses a los que cabe incluir como víspera y colofón– el boquerón, la sardina, el jurel o el chicharro; los besugos, las doradas o los pargos, incluso las lubinas salvajes gordas, los rodaballos espesos y todos los pescados de buen tamaño, como el bonito y demás túnidos, expresan su excelencia grasa y más sabroso poderío. Por eso, para consumar la puntualidad de los chiringuitos, debemos considerar la oportunidad estacional de la sardina, como especie favorita de las apetencias veraniegas.
No son pocos los gourmets que consideran la sardina el mejor de los pescados y todo indica que si fueran escasas su precio y aprecio podría desmesurarse. Sus cualidades nutricionales son además notables por su alto contenido en proteínas, lípidos o grasas omega 3; antioxidantes, sales minerales y vitaminas, lo que parece oportuno recordar también. Al tratarse de la especie más pescada del Atlántico centro-oriental, durante el verano (en agosto se disfruta de su plenitud sabrosa) protagonizan parrilladas al aire libre en todas las costas, pero desde las playas malagueñas de El Palo a las almerienses de San José, se expresan en el formato del espeto, la remota técnica culinaria de asar las sardinas que caracteriza a los chiringuitos de la Andalucía oriental. Consiste en ensartar media docena de
No quiero concluir este elogio a las sardinas en chiringuito sin referirme a otra modalidad, menos célebre pero quizás, pero acaso más significativa. Las moragas son una especialidad de la costa granadina que consiste en preparar las sardinas en una parrilla colocada sobre una marmita o sartén donde se guisan cebolla, pimiento, tomate y berenjena troceadas. El vapor que las hortalizas sueltan cocina las sardinas y su aroma vegetal as adereza, mientras las verduras se enriquecen con la grasa que desprenden las sardinas al calentarse. Se trata de un caso ejemplar de simbiosis culinaria. Los lomos de las sardinas, sin piel y espinas, se sirven luego sobre las hortalizas asadas. Un primor, como dicen por Motril, donde se inventó ese prodigio a ras de huerta y mar.
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