No solo de sidra vive Asturias: también elabora vino, aunque en mucha menor cantidad que la bebida que se extrae de las manzanas, claro está. Pero el que caso es que, aunque muchos lo desconozcan, en Asturias hay vino (y bueno!) La tradición enológica asturiana se remonta al siglo IX, cuando aparecen los primeros monasterios por estas tierras. Unos monasterios que adaptan todo el terreno posible para la agricultura y, especialmente para el cultivo de la vid, ya que estas congregaciones necesitaban el vino para la celebración de su liturgia.
Pero en un escenario donde la orografía está dominada por montañas, la vid solo pudo prosperar en algunos lugares: aquellos que estaban más resguardados en las laderas y los que tenían mejor situación para aprovechar las radiaciones solares, lo que nos lleva a encontrarla casi exclusivamente en el Occidente de la región, en la comarca de los valles de los ríos Navia y Narcea.
Allí precisamente se fundó uno de los grandes monasterios en el siglo XI, el de San Juan Bautista de Corias. Y gracias a ello la superficie dedicada al cultivo de viñedo empezó a multiplicarse en esta zona hasta el siglo XIX. En aquella época, el viñedo ya presentaba muchas de las características que le confieren la singularidad que encontramos hoy en él, como los suelos de pizarra, de gran mineralidad y, sobre todo, la ubicación en laderas, sin aterrazamientos, a 400 metros de altitud. Por eso, esta zona pertenece a las denominadas deViticultura heroica. Solo hay que ver las pronunciadas pendientes que tienen los terrenos donde están plantadas algunas viñas que, en algunos casos superan los 60 o 70 grados de inclinación.
Esos viñedos, reestructurados tras la invasión de la filoxera (aunque algunos pocos también son prefiloxéricos), tienen algunas variedades foráneas introducidas en el siglo XIX, pero casi todos están formados por otras autóctonas, respetadas y conservadas en aquella reconversión, como la Albarín, la Verdejo Negro y la Carrasquín. Esta última, de la que Jovellanos ya hablaba en su Diarios, es la más exclusiva, pues no se ha encontrado ninguna otra comparable genéticamente.
Aunque es muy resistente a todo tipo de enfermedades, se trata de una variedad algo difícil de cultivar sobre todo en lo que se refiere a la maduración, pues requiere más sol que otras, por lo que siempre la encontraremos en laderas con orientación sur. (Hay que recordar que la zona de Cangas del Narcea cuenta con un microclima especial, con menos pluviometría y más horas de insolación que el resto de Asturias). Así, es una uva de maduración tardía, que alcanza un grado alcohólico importante y una alta acidez. En comparación con las otras de la zona, es la más mineral, tánica y potente, por lo que es necesario dejar el vino un tiempo, tanto en barrica como en botella.
Esa alta tanicidad y el grado de alcohol se transformarán en vinos muy originales y con muchos matices si se sabe trabajar bien. Y la verdad es que las bodegas de la zona controlan esta variedad perfectamente. Entre los monovarietales que encontramos están algunos como 100 Montañas (Bodega Vidas), Castro de Limés (Bodegas Obanca) o Escolinas (Bodegas Monasterio de Corias). Este último, de capa ligera, color rosa, fresco, y con tonos de fresa, moras, arándanos (fruta negra algo ácida) se elabora justo al lado del antiguo Monasterio de Corias. Este monumento albergó hasta hace poco la bodega que lleva su nombre y que recuperó en parte el espléndido edificio que hoy se ha convertido en Parador. La antigua cava del monasterio es ahora un spa, pero el saber y la tradición vinícola se perpetúan en las nuevas instalaciones construidas a solo unos cuantos metros.
¿Por qué decidieron apostar por la variedad Carrasquín? Es una variedad propia de esta comarca. Junto al Verdejo Negro y el Albarín Negro y Blanco conforman la mayor parte del viñedo de la zona. Las elaboraciones monovarietales permiten conocerlas y reconocerlas en cuanto a sus características organolépticas de forma precisa.
¿Es difícil de trabajar? ¿Necesita cuidados especiales? Lo mismo que el resto de variedades. La Carrasquín prefiere podas largas, formaciones en guyot. La zona se encuadra dentro de las zonas de viticultura de montaña (zona límite de cultivo de la vid) con suelos mayoritariamente de pizarras y una alta pluviometría, así que intentamos que todas las parcelas estén bien orientadas con objeto de captar la mayor cantidad posible de luz, que es el factor limitante en la zona.
¿Qué destacaría de esta variedad?¿En qué se diferencia de otras? A nivel de cultivo, su ciclo largo: generalmente es la última en madurar y vendimiarse, por lo que un buen tiempo en octubre le viene estupendamente. Es bastante resistente a plagas y enfermedades.
¿Cuál es su situación actual? Estable. Durante los últimos años se han realizado algunas pequeñas plantaciones exclusivamente de Carrasquín. Esperamos aumentar la superficie de cultivo en años venideros.
¿Cómo definiría el vino elaborado con la variedad Carrasquín? Duro y difícil al inicio, pero dándole tiempo en botella sale su sedosidad y complejidad. Es un vino profundamente atlántico, fresco. Aunque puede alcanzar altas graduaciones, su acidez lo compensa. Muy identificado con los buenos vinos de Cangas.
¿Cómo responde el mercado ante este vino? Francamente bien, sobre todo en los públicos y mercados que quieren probar nuevas elaboraciones y variedades.
¿Con qué nos recomienda probar el Escolinas Carrasquín? Por supuesto con toda la rica gastronomía de la zona, con el potaje de berzas a la cabeza o una buena carne de Ternera Asturiana. Algunas veces nos sorprende agradablemente su maridaje con alguno de los quesos asturianos considerados «difíciles»: Cabrales, Gamonéu o Casín.
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