Por Eugenio Occhialini
Me gustaría partir de la base de que la preocupación por el medio ambiente, por las prácticas sostenibles y por el cuidado de la tierra van mucho más allá de que un productor (ya se trate de agricultor, ganadero o pescador) esté avalado por un sello determinado, ya que está en el espíritu de la actividad en sí. Y la Política Agraria Común (PAC) defiende, en todos sus apartados, el máximo respeto a la Naturaleza, a sus ciclos y a sus leyes particulares. Tras la pandemia y en medio de una terrible guerra en Europa, el mundo agrario, en el sentido más amplio. ha ganado peso social
Pero, en todo caso, el impulso de lo ecológico es absolutamente imparable en nuestro país y a pesar de que los productores avalados por ese marchamo se quejan de que esa explosión se resiste a llegar al grueso de los consumidores, el crecimiento es, año tras año, evidente. Más del 10 por 100 de la superficie agraria española son cultivos biológicos, cerca de los 2,5 millones de hectáreas (el 45 por 100 en Andalucía, seguida a mucha distancia por Castilla-La Mancha y Cataluña), mientras los operadores, que crecieron un 6,3 por 100 en el último año, son ya más de 53.000, un tercio de ellos en Andalucía. Y son datos definitivos relativos al año 2020 puesto que los de 2021, indudablemente superiores, aún no se han hecho públicos.
Nuestro país (el cuarto exportador mundial en este tipo de productos) está, por lo tanto, en posición privilegiada para poder cumplir con el objetivo de la estrategia “De la granja a la mesa” de lograr un 25 por 100 de superficie ecológica en 2030.
Buscando motivos para la esperanza
Nos rodean en estos tiempos las preocupaciones. El calentamiento global está modificando las pautas de los cultivos; el abandono del mundo rural es, más allá de las bonitas músicas con que se envuelven sus estampas, una realidad evidente; y la guerra en Europa ha comenzado a afectarnos de una manera que todavía no acabamos de prever, mientras asistimos a lo que suponemos etapas finales de la pandemia del Covid. Pocos motivos tenemos, por lo tanto, para la esperanza.
Pero en medio de todos los nubarrones siempre nos queda la Naturaleza, con todo su esplendor y el espectáculo primaveral que nos deslumbra durante estos días. Ser fieles y respetuosos con la Naturaleza es, seamos o no ecológicos en un sentido estricto, una de las mejores decisiones que podemos tomar.
Un pasaporte hacia el futuro
Junto con la innovación procedente del uso de la tecnología, las máximas exigencias en materia de seguridad alimentaria y la insoslayable búsqueda de la calidad en la elaboración de todos los productos, el sello ecológico ha de convertirse en un pasaporte hacia el futuro, porque ayudará a proteger el suelo y la biodiversidad y a apostar por mejores perspectivas para las zonas rurales.
Alguien llamaba hace poco a la agricultura y a la ganadería ecológicas un “superpoder” contra el calentamiento global y el cambio climático. Y realmente lo son, como recuerda a menudo el ministro de Agricultura, Pesca y Alimentación, Luis Planas. No solo pueden mitigar la emisión de gases de efecto invernadero, sino contribuir a la captación de C02 en el suelo.
Es un mensaje claro que, entre todos, debemos hacer llegar a los consumidores para que perciban que la Eurohoja que identifica a estos alimentos es símbolo de calidad, transparencia y trazabilidad. Porque es fundamental que se acompasen el crecimiento de la producción y el del consumo. Sin que, por supuesto, el mundo agrario convencional quede al margen.
Esta sincronización es una de las prioridades de la Hoja de Ruta de la Producción Ecológica que está elaborando el Ministerio con el fin de consolidar el consumo de alimentos ecológicos en cada uno de los hogares. Todos somos responsables de concienciar a la ciudadanía de los beneficios que aportan unos alimentos que tienden además, poco a poco, a estar al alcance de todos los bolsillos.
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