Reportajes

Condado de Huelva: Sin artificios

“Platero, te he dicho que el alma de Moguer es el pan. No. Moguer es como una caña de cristal grueso y claro, que espera todo el año, bajo el redondo cielo azul, su vino de oro. Llegado septiembre, si el diablo no agua la fiesta, se colma esta copa, hasta el borde, de vino y se derrama casi siempre como un corazón generoso. Todo el pueblo huele entonces a vino (…) y suena a cristal.”

Texto y fotos: Óscar Checa Algarra

Así hablaba Juan Ramón Jiménez en Platero y yo del vino de Huelva. Hay más referencias a la cultura del vino en este libro que, además de proporcionar un inmenso placer al leerlo puede servir de guía perfecta para recorrer Moguer, el pueblo por el que he empezado este viaje a través de la Ruta del Vino Condado de Huelva.

No es extraño que el poeta moguereño haga tantas referencias al vino: como descubriremos en su Casa Natal, hoy musealizada, su padre tenía importantes negocios de producción, comercialización y transporte de vinos, por lo que vivió desde dentro el mundo de las bodegas y de los trajines de los mercaderes. Moguer tiene una larga y estrecha relación con el vino a lo largo de la historia y parte de todo ello se puede seguir también en esta Casa Natal de Juan Ramón Jiménez donde encontramos envases antiguos y viejas etiquetas; información de las destilerías que existían antaño y de las variedades de vid que se cultivaban aquí; restos arqueológicos relacionados con el antiguo puerto de La Ribera, a orillas del río Tinto, y alguna maqueta de bodegas tradicionales. Seguramente las encontraréis parecidas a las que todavía siguen en pie, sobre todo a la de Diezmo Nuevo-Sáenz, que es una de las más antiguas. Se fundó en 1770 y siempre ha estado en manos de la misma familia, los Sáenz, originarios de un pueblo riojano.

Antonio Sáenz es quien está ahora al mando y da gusto hablar con él, con todo lo que sabe de este lugar y de la historia del vino y de las bodegas de Moguer. Con él descubro que Moguer fue el primer núcleo productor y exportador de vinos de lo que hoy se llama Condado de Huelva (con el tiempo ese lugar pasó a ocuparlo La Palma del Condado y luego Bollullos Par del Condado). Desde aquí salían, ya desde la Edad Media, barcos cargados de vino hacia los países del norte de Europa y, más tarde, hacia América. El río Tinto, que por entonces era más caudaloso, servía de “autopista” hasta llegar al mar. Los vinos que se producían en estas bodegas eran vinos generosos y esos mismos son los que siguen ocupando las botas de roble de las cavas actuales, aunque también hay nuevas elaboraciones como el vino naranja (ver recuadro) o el particular “vino de fresa” que elabora Antonio Sáenz en Diezmo Nuevo, siguiendo el espíritu innovador que siempre tuvieron en esta bodega. Por ejemplo, fue el primer edificio de la ciudad que tuvo luz eléctrica y los que primero registraron en todo el país una marca de vermut.

El vino naranja de Sauci

Entre los productos que destacan en el Condado de Huelva, el vino naranja se lleva la palma. Se obtiene tras la crianza de un vino blanco aromatizado con cáscara de naranja macerada, seguido del proceso de envejecimiento mediante el sistema de soleras. Y, sí, su color es anaranjado y sabe a naranja. Desde que en 1860 las Bodegas del Diezmo Nuevo sacaran al mercado el primero vino naranja ha pasado mucho tiempo y hoy tiene ya hasta su propia Denominación de Origen. Hay varias bodegas que lo elaboran pero quizás la más conocida sea Sauci por el peculiar envase que ha elegido para su comercialización. La bodega, dirigida por las hermanas Montserrat y Begoña Sauci, es una de las más originales de la Ruta y ofrece diferentes productos turísticos como visitas, degustaciones, catas, recorridos nocturnos o actividades para niños. Además, hasta hace poco tenía su propia tonelería y, en la visita guiada podemos ver todos los instrumentos y el proceso que se seguía para construir las barricas y las botas de vino.

La Niña y los niños

No muy lejos de las Bodegas del Diezmo Nuevo está otra de las casas donde vivió Juan Ramón Jiménez y que él mismo eligió para que fuera un museo cuando le propusieron dedicarle uno en su pueblo natal. Y no hay que perdérselo. Se trata de la Casa Museo Zenobia-Juan Ramón Jiménez, que se centra más en la vida personal y artística del escritor y de su esposa, Zenobia Camprubí. Platero también está presente, claro: en el patio, en forma de estatua de bronce, aunque también tienen un burro auténtico que pasa la mayor parte del tiempo en el campo. Por el resto del pueblo hay más estatuas de Platero y, además de los turistas, suelen estar rodeadas de niños, porque aquí los niños siguen jugando en la calle, en las plazas rodeadas de casas blanquísimas y algún que otro árbol. Yo me he encontrado con unos que están ocupados con un balón en la plaza de Santa Clara, junto al monasterio del mismo nombre y donde se levanta la estatua de otro personaje muy conocido: Cristóbal Colón.

Dicen que los contactos del navegante con la abadesa del monasterio (que era familiar del rey Fernando el Católico) fueron decisivos para la culminación de sus planes. Pero también otros marineros venían a este monasterio pues, al parecer, gozaba de gran devoción entre los que se echaban a la mar. Tanto que la carabela que construyeron los hermanos Niño (que eran de aquí) en realidad se llamaba Santa Clara, aunque acabó conociéndose como La Niña por el apellido de los armadores. Pero bueno, todo eso a estos pequeños futbolistas no les importa ahora y solo se concentran en colar la pelota entre los dos árboles que hacen de portería, sin mirar si sacuden al muro impoluto del cenobio o le atizan al busto del descubridor.

Esta plaza era también parte del monasterio, igual que el terreno donde ahora, cerrándola, se levantan otros edificios como el restaurante La Parrala. El pozo que antes quedaría en los corrales y los huertos está hoy junto a las mesas donde se sirven salmorejos, calamares rellenos, choco o atún a la naranja, y algunos de los vinos que elaboran las bodegas de la comarca. Desde luego, es un buen lugar para reponer fuerzas antes de seguir descubriendo la comarca.

Siguiendo al Tinto

El río que sacaba a los barcos cargados de vino desde Moguer hacia el mar ha cambiado desde aquella época. Al menos en su caudal, que ahora es menor y más contenido, pero su capacidad de fascinación sigue siendo la misma de siempre. Es el río Tinto, como decía, un cauce extraño y delirante, de aguas rojas (de ahí el nombre) y fondos tintados de ocres y morados. Los pueblos antiguos lo miraban con recelo y todo a su alrededor lo consideraban sagrado. Hoy es la NASA la que lo venera pues el entorno de las minas de Rio Tinto dicen que es lo más parecido a Marte que tenemos en La Tierra. Aquí han buscado formas de vida que pudieran existir en Marte… ¡y las han hallado!: organismo extremófilos cuyo metabolismo se basa en el azufre en vez de en el carbono (como todo ser vivo de nuestro planeta).

Uno no puede dejar de pensar en eso cuando camina maravillado junto al lecho del río en el siguiente lugar del recorrido: Niebla. La villa de Niebla fue la “capital” del Condado de Niebla, que abarcaba casi todos los territorios que hoy forman parte del Condado de Huelva e, incluso, la comarca del Andévalo. Pero antes de eso, por aquí habían pasado fenicios, tartesios, romanos (que construyeron el inmenso puente sobre el Tinto) y árabes. Estos últimos se encargaron de levantar nuevas murallas y edificios con la piedra y la tierra bermeja de los alrededores, dándole un aspecto que determinó su apodo: Medina Al-Ham’rá, la Ciudad Roja.

El antiguo alcázar, convertido en el Castillo de los Guzmanes, luce ahora con tonos más parduzcos y es que, con todo lo que ha vivido, lo de la pared roja no es más que un recuerdo para él. Hoy sirve de escenario de un festival de teatro y danza, además de albergar una selección de instrumentos y métodos de tortura y otros espacios donde se muestra cómo era la vida en la época medieval: la ciencia, las creencias, la sociedad, las armas, la guerra (por cierto, la tradición dice que aquí fue la primera vez que se usó la pólvora con fines bélicos, allá por el siglo XIII) y la cocina, donde no faltaba el vino, claro.

Arrope y perrengo

Hablando de cocina, es momento de llegar hasta Bodegas Iglesias, en Bollullos Par del Condado, porque aquí descubriréis que en El Condado el vino se bebe y se come. Sí, sí. En esta bodega han recuperado la tradición de la elaboración del arrope (reducción de mosto de uva acompañado de trozos de calabaza) y del perrengo, una especie de pasta de caramelo hecha igualmente con el mosto cocido y que es tan dulce como estrambótico su nombre. Y es que Manel, el actual propietario, no para de idear actividades que complementen la visita estándar de la bodega.

Una bodega que en su tiempo fue un convento y que tiene el encanto y las trazas de las grandes bodegas catedrales jerezanas. A Jerez precisamente se llevaba el vino del Condado durante mucho tiempo e incluso se llegaron a vender al Marco viejas soleras onubenses, pero a partir de los años sesenta las bodegas del Condado comenzaron de nuevo a elaborar vinos de calidad. Y un buen ejemplo lo tenemos aquí en Bodegas Iglesias. Después de probar algunos de los vinos que Manel “cañea” directamente desde las botas ¡queremos llevárnoslos todos! Pero bueno, si tenemos tiempo lo mejor es saborearlos aquí, en la penumbra de las naves de crianza, bajo la sombra de los árboles y las enredaderas del patio o en la sala de degustaciones donde se exponen los cuadros ganadores del certamen de pintura directa que organiza la misma bodega.

El recorrido por Bollullos puede seguir por otras bodegas también enfocadas al enoturismo como Andrade, Oliveros o Sauci (ver recuadro), además del Centro del Vino, claro, que es también el Centro de Recepción de Visitantes de la Ruta del Vino. El edificio es inconfundible, con su estructura de hormigón blanco y cristal formando una malla romboidal. Dentro, un itinerario libre nos va descubriendo a través de diferentes contenidos audiovisuales muy originales la historia, el espíritu y la esencia de los vinos y la comarca del Condado de Huelva. Por aquí vuelven a desfilar Platero, la música, las carabelas del Descubrimiento, personajes históricos, la campiña, el mar, Doñana o los caballos. Para conocer mejor estos últimos emprendo el último trayecto de mi viaje hacia El Rocío.

A caballo por El Rocío

Un grupo de niños que no tendrán más de doce años es lo primero que me cruzo al llegar a El Rocío. El asunto es reseñable porque van a caballo, igual que en otro lado hubieran podido ir en bicicleta. Y es que todo aquí está pensado por y para el caballo. Esa es la razón de que el suelo que pisamos sea de tierra y no esté asfaltado, a pesar de estar en pleno siglo XXI. Aquí el caballo manda y el caballo necesita terrenos naturales para caminar, así que el único asfalto que veréis por aquí es el de la carretera que atraviesa la aldea rumbo a la costa. El universo de El Rocío parte y se concentra en la Ermita de la Virgen del Rocío que, como todas las casas del pueblo, está pintada de blanco reflejando la luz del sol y dando al lugar una claridad irreal. Los caballos, las carretas y las marismas ponen la guinda para acabar seduciendo al más pintao. En la Sacristía de Doñana (que es un bar de vinos) me está esperando Gregorio, el gerente de la empresa Doñana a Caballo, que organiza rutas a caballo y paseos en carreta para dar a conocer la tradición y el mundo del caballo. En estas excursiones no falta el vino del Condado, ya sea a mitad del recorrido o al final, cuando los participantes se reúnen en la Sacristía para degustar también alguna tapa. Manuel Angel es el que parte el bacalao en este bar que es también tienda. Es un apasionado de los vinos de esta tierra y le gusta charlar, por lo que pronto empezamos una amigable conversación que se alarga hasta la hora del almuerzo. “Voy a Toruño”, le digo, uno de los restaurantes más destacados de la aldea, y me recomienda que pida el pan de mostrenca (tosta de salmorejo con carpaccio de vaca mostrenca y ajo) y almejas en salsa verde. Sigo sus consejos y lo remato con unas natillas blancas con higos y miel, como postre. Sinceramente, me echaría a dormir, pero había planeado una visita a Doñana y es lo que voy a hacer.

Los terrenos de viñedos de la Denominación de Origen circundan el perímetro del Parque Nacional, por lo que el cultivo de la vid está aquí sometido a una serie de restricciones  que no se dan en otros parajes y que le hace ser una actividad no agresiva con el medio ambiente. Pero dentro del parque no hay vides, claro, sino marismas y bosques de pino y matorral mediterráneo que crecen en un suelo arenoso y donde se da la mayor concentración de biodiversidad de Europa. Casi toda la costa que va desde Matalascañas a Mazagón también forma parte del Parque, por lo que hay una buena colección de playas vírgenes en las que pienso terminar mi viaje. El punto final será el Parador de Mazagón, desde donde también prestan bastante atención al enoturismo y proponen diferentes actividades en colaboración con otras empresas.

Pero mi escapada ya tiene un buen puñado de experiencias por El Condado de Huelva, así que es hora de cerrar el cuaderno. En lo alto del acantilado, en un espacio apartado donde el Parador ha instalado unas tumbonas, acabo el recorrido, viendo atardecer mientras repaso mentalmente cada uno de los lugares de esta Huelva menos conocida de lo que debiera ser. El sol se va escondiendo y yo lo despido en silencio, con una copa de Fino en la mano…

Redacción

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