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Denominación de Origen Ribeiro: piedra y agua

Parece ser que todo empezó con los monjes negros, los benedictinos, a los que llamaban así debido al color del hábito que portaban. En sus manos estuvo por primera vez el Monasterio de San Clodio y, desde aquí, introdujeron el cultivo de la vid en esta zona (aunque, bueno, ya antes los romanos habían plantado también algunas). Hoy ya no quedan monjes (se ha convertido en un hotel) pero las viñas siguen casi por cualquier sitio en el que posemos la mirada.

Textos y fotos: Óscar Checa Algarra.

Incluso donde ahora crecen robles, castaños y pinares hubo viñedos… basta con desbrozar el terreno para encontrarse con las terrazas o socalcos que se construyeron en las laderas de los montes… porque esta es zona de taludes y pendientes, sí, y de ríos, claro. Por eso se llama como se llama: Ribeiro, la “ribera del río”. El Miño es ese río, pero también están el Avia y el Arnoia, y el Arenteiro y el Frieira, y otros pequeños a los que dicen regatos. Y por tales parajes me he dejado caer, siguiendo, en esta ocasión, la Ruta del Vino de Ribeiro.

 Colleiteiros y el Comando G

El camino que rodea el Monasterio de San Clodio conduce hasta Viña Mein, una de las bodegas pioneras en recuperar las castas autóctonas. La historia del vino de la Denominación de Origen Ribeiro tiene su intríngulis: durante novecientos años fue uno de los mejores vinos del país, uno de los más solicitados pero después, al introducir variedades foráneas para lograr una mayor producción (amén de otros episodios de diferente índole), su fama cayó en picado. Hoy se apuesta por la vuelta a la tierra, y los nuevos vinos sorprenden en cuanto se prueban.

Detrás de los de Viña Mein están los jóvenes enólogos de Comando G, revolucionando partiendo de la tradición, ¡toma ya! Desde el balcón corrido del pazo que sirve de alojamiento y lugar para eventos, hay una vista excepcional, con el viñedo, el bosque cerrando el monte y la piedra gigante que forma parte de la bodega y de la que uno no puede dejar de preguntarse cómo diantres llegó hasta aquí. Dicen que esta tierra es mágica… lo mismo tiene algo que ver… Y la verdad es que muchas de estas cepas que crecen retorcidas, apoyadas en estacas, parecen seres de cuentos fantásticos. La niebla y la particular luz de esta zona contribuyen a crear esa figuración. Y si no, daros una vuelta por rincones como Cuñas y ya veréis.

Este era uno de los lugares del Ribeiro que más fama tenía. Y aquí está una de las bodegas en funcionamiento más antiguas de España, unida al monasterio de San Clodio desde su origen. Es pequeña, una bodega de colleiteiro, que es otra de las “marcas” que identifican esta zona. Los colleiteiros solo elaboran vino a partir de uva propia y no pueden producir más de 60.000 litros al año. Así lo hace Alberto, de esta Ade­ga Valdavia que también ofrece experiencias enoturísticas como comidas maridadas con sus vinos, además de catas y visitas a la pequeña bodega del si­glo XII que aún conserva su antiguo lagar.

También guardan otro y lo cuidan como oro en pa­ño en Casa da Solaina, una casa solariega perteneciente a una familia campesina que ahora se ha convertido en alojamiento turístico. Eva os contará toda la historia de este lagar que utilizaba su abuelo para elaborar vino, así como de los artilugios e instrumentos etnográficos que conservan también en la bodega. Si os alojáis aquí disfrutaréis de un desayuno riquísimo y seguro que también probaréis los licores caseros de hierbas o café, que es otra de las cosas que no falta en cualquier casa gallega.

 

Casal de Armán Hotel rural (FILEminimizer)Casal de Armán

“Mi padre bebía vino y se lo hacía su suegro. Cuando éste murió, mi padre empezó a elaborarlo él y… sin darnos cuenta nos metimos en todo este follón”. Así, con cierta guasa, resume uno de los hermanos González Vázquez el proyecto de Casal de Armán. Un proyecto que comenzó siendo bodega y que hoy se ha convertido en un centro de enoturismo que incluye, además, un hotel rural de siete habitaciones, restaurante y espacio para eventos. Todo en la cima de una loma, en el alto de O Cotiño (en Santo André), rodeado de viñedos y con vistas al valle del Ribeiro del Avia, y junto a la antigua Rectoral del siglo XVIII.

En bodega siguen procesos de elaboración tradicional (no descuban hasta mayo, casi no realizan filtros…); el alojamiento podría definirse como ‘rural chic’, con bastante gusto; y en la mesa, los productos de cercanía, locales, se ensamblan en preparaciones tradicionales o más modernas pero llenas de sabor (¡esa crema de arroz con leche con piña caramelizada y helado de canela! ¡ay!). Y en las Jornadas de Puertas Abiertas de la Ruta (a finales de mayo), aquí te animan, por ejemplo, a elaborar tu propio vino.

Vuelta al Medievo

Pero si hablamos de lagares tenemos que ir a ver los de la Rectoral de Santo André de Camporredondo, un lugar que acogerá el futuro Museo do Viño de Galicia. Fue una de las granjas vinícolas más importantes de la provincia y así lo demuestran sus enormes lagares y las bodegas subterráneas, abovedadas.

Rectoral de Santo André de Camporredondo
Rectoral de Santo André de Camporredondo

Es historia vi­va del Ribeiro, pues durante mucho tiempo, las recto­ra­les y las granjas vinícolas se multiplicaron por la zona, donde las órdenes religiosas y también las militares recuperaron y potenciaron el viñedo. Func­io­na­ban como auténticas factorías y daban mucho dinero. Las ganancias del Ribeiro costearon, además, las obras de la Catedral de Santiago y la red de caminos que llegaba hasta la ciudad.

Uno de esos caminos pasaba por Pazos de Arenteiro, una villa medieval que, sin duda, conoció tiempos mejores, pero que aún guarda un gran en­canto. En el río, en el Arenteiro, buscaban plata los antiguos gobernadores, aunque el parné lo daba más el vino que el metal. Los nobles enriquecidos se construyeron aquí palacios y casas señoriales, y los caballeros hospitalarios de la Orden de Malta se en­cargaron de gestionar tanto las cuestiones de fe como otras más terrenales, como el cobro del pontazgo y el fielato (impuestos por pasar un puente o por el consumo en un municipio).Siguen en pie pa­zos y casonas y la iglesia románica y su curiosa fa­chada con columnas en las que se tallaron unos animales poco habituales: pulpos.

Iglesia Románica de San Juan
Iglesia Románica de San Juan

Otros edificios no han corrido la misma suerte y hoy son bellas ruinas románticas. Algunos se han re­cuperado y se han transformado en alojamientos, for­mando la encantadora Aldea Rural Pazos de Aren­teiro, perfecta para desconectar y dejar pasar el tiempo con actividades como rutas senderistas, pa­seos BTT, talleres de fotografía o cursos intensivos de idiomas (queredes falar galego?).

A la orilla del Avia

La siguiente parada es Ribadavia. No puede faltar en este recorrido, claro, pues se considera la capital del vino de la Denominación de Origen Ribeiro. Y es que esta ciudad que también fue capital del Reino de Galicia a mediados del siglo XI siempre estuvo relacionada con el mundo del vino.

Los grandes señores feudales tenían aquí inversiones en tierras y vino, y durante mucho tiempo, las rentas más altas de la Corona Española estuvieron en esta zona. En el Centro de Interpretación Judía de Galicia, una reproducción de un antiguo mapa da cuenta de la cantidad de viñedos que había por aquí. Este centro explica, además, la historia de los judíos en Ribadavia, que albergó una de las comunidades hebreas más prósperas de la península.

Tafona da Herminia
Herminia y sus dulces de origen hebreo en la Tafona de Herminia.

Los judíos de Ribadavia destacaron como mercaderes de vino pero el barrio judío, con sus calles irregulares, casas con la tradicional puerta de enrejado de madera que identifica las antiguas bodegas, palacios e iglesias románicas, guarda también otros ejemplos más palpables todavía de esta herencia sefardí: es temprano, y el aroma a pan recién hecho me llega al enfilar una de las calles cercanas a la muralla.

Aquí está la Tafona de Herminia, auténtica como pocas, donde ella, Herminia, elabora dulces artesanales con viejas recetas hebreas. “Vengo de coger unas berzas. ¿Sabes lo que son?”, me dice. Desde el horno de piedra alimentado con madera y desde un aparador re­pleto de cestos forrados de tela blanca, los bocadiños de améndoas, kamisch-broit, mamul, ghorayebah, kupferlin, kijelej de mon y otras pastas inundan el aire de notas de canela, clavo, almendra, agua de azahar y rosas, dátiles, nueces… ¡Y están buenísimas!

Celsa, por su parte, ha rehabilitado algunas pequeñas casas del casco histórico y las ha abierto como alojamientos turístico. Son As Casiñas, una idea muy original para sentirse como un ribadaviense más. La recepción de este particular ‘hotel’ está en la tienda que Celsa tiene en la plaza de San Juan. Aquí encontraréis productos típicos de la zona (mermeladas, aceites, miel…) además de vino, por supuesto.

Paisajes de agua…
Ourense Plaza Mayor (FILEminimizer)
Plaza Mayor de Ourense.

En Ribeiro, además de vino hay que hablar de agua porque es una zona de gran tradición termal. Los romanos, que eran grandes aficionados al termalismo, bautizaron Ourense como Aquis Auriensis, en referencia a la abundancia de oro en el río Miño pero también a la presencia de estas aguas calientes que surgen en la capital a una temperatura superior a 60 ºC.

Los pueblos anteriores las consideraban como fuentes de poder curativo, que entonces atribuían al dios indígena Revve Anabaraego. Son As Burgas, en pleno casco histórico de la ciudad. Esto de ir andando y encontrarse una piscina termal al aire libre a solo unos metros de la plaza Mayor tiene su gracia, sí, aunque no es la única. Toda la zona es rica en este tipo de afloraciones acuáticas.

En Prexigueiro, una aldea de Ribadavia, han aprovechado las aguas del río Cerves para montar unas termas al estilo de los onsen japoneses. Está en mitad del bosque. La sensación de bienestar es única, y el encanto se potencia si lo hacemos por la noche.
La tradición termal dio paso a la balnearia y también hay por aquí balnearios reputados desde hace décadas como el Hotel Laias Caldaria, donde disfrutar de tratamientos de hidroterapia y masajes.

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Termas de Prexigueiro, cerca de Ribadavia, al estilo de los «onsen» japoneses.

No solo es un centro apreciado por quienes buscan ocio; también lo eligen deportistas de alto nivel, como los que vienen a esta zona desde los años 90 a entrenar. Son equipos de remo y piragüistas, que encontraron en el Club Náutico de Castrelo de Miño el lugar perfecto para su preparación. Pero aquí también hay escuela de vela y windsurf para todo el mundo, y se puede practicar paddle surf, natación o vela. Las aguas embalsadas del Miño permiten todo eso, en un paisaje plagado de viñedos. La cultura del vino no falta en el restaurante del Club Náutico.

…y de roca

Desde aquí se divisan, en la orilla opuesta, algunos de los viñedos de Viña Costeira, una de las mayores bo­degas gallegas y pionera en muchos aspectos. Una de sus propuestas enoturísticas incluye la visita al viñedo lla­mado de San Cibrao (ese que veíamos desde el otro lado del río) y desde luego que merece la pena hacerla. Aquí veremos cómo el terreno de montaña se ha adaptado al cultivo de la vid, levantando terrazas (so­calcos) de piedra que forman un paisaje admirable.

La visita de Viña Costeira depara más sorpresas como un exquisito vino espumoso, admirado por algunas de las grandes bodegas de cava de nuestro país, o el vino tostado, un vino tradicional elaborado con uvas parcialmente deshidratadas, que es otro de los tesoros del Ribeiro.

La piedra también es protagonista en Pazo Ca­sanova, con su muro de más de dos siglos que rodea las nueve hectáreas de la finca donde están plantados viñedos de variedades autóctonas. El pazo ha sufrido el embate del tiempo y está a la espera de que se le re­componga su porte. Mientras, al lado, la bodega elabora vinos de nuevo corte que expresan en boca toda la belleza de este terruño.

Es algo que también se siente así en Ramón do Casar, una de las últimas bodegas abiertas en la zona. Las rocas que se extrajeron para construir las naves subterráneas sobre las que se levanta el edificio, mirando al río y rodeado de viñedo. Los vinos que elaboran pretenden reflejar la personalidad de la variedad reina aquí, la Treixadura, así como los matices que dan otras variedades blancas de Galicia.

Pero una visita a esta bodega sirve, además, para co­no­cer una parte de la historia gallega, o, mejor dicho, de los gallegos, personificada en Ramón, un campesino que emigró a Ve­ne­zuela y cuyos hijos decidieron poner en marcha este proyecto como homenaje y muestra de apego a esta tierra. Esa historia se desgrana también simbólicamente en las etiquetas de los vinos o en el packaging, que imita a una antigua maleta.

Aunque, si es cuestión de bucear en la historia, lo mejor es visitar el lugar que cierra esta ruta: el castro de San Cibrao y el Centro de Interpretación de la Cultura Castreña. Si sois aficionados a la arqueología y la investigación histórica, aquí vais a disfrutar de lo lindo. Venid con tiempo. Yo me quedaría por aquí más días, pero es hora de volver. En el coche suenan las canciones de un grupo de música tradicional que he descubierto, Coanhadeira, y elijo una que dice “quen se despide cantando / no leva pena ninguna”. Bueno, algo sí llevo, pero en fin… ai le lá le lá le lá…

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