Este viaje comienza con un regalo de bodas. Aclaro: con la historia de un regalo de bodas. Una pequeña casa encalada, con suelos de canto rodado en la parte baja y de madera en la superior, situada en lo alto de un promontorio y rodeada de enormes pinos. La casa está en el campo, claro, entre Valtuille de Arriba y Villafranca del Bierzo, y forma parte de uno de los parajes con más encanto de esta comarca: Las Gundiñas.
Fotos: OCA/ BierzoEnoturismo
Fue el regalo de bodas de los abuelos de Santi Ysart. Los pinos le han dado un segundo nombre y ahora también se conoce como la Viña de los Pinos, porque, sí, sí, el terreno está plantado de viña, claro. Todo alrededor de esta casa blanca es viñedo, pero esta viña en particular tiene mucha historia, pues es centenaria. En 2015, Santi y sus hermanos decidieron volver a hacer vino, tal como había hecho su abuelo, que fue el primero que elaboró en El Bierzo de una manera ‘moderna’, embotellando por parcelas y por variedades. Con Santi estoy recorriendo esta finca, bajando por la ladera en la que están plantadas las cepas de mencía mientras me explica la filosofía de Cantariña, el nuevo proyecto: adaptarse a las características de cada viñedo (además de este tienen otros en los parajes de El Cotelo y Valdeobispo, otras dos zonas simbólicas y privilegiadas de la comarca), cultivar en ecológico, con cubierta vegetal, y elaborar vino de paraje y de parcela. Al llegar a la parte de abajo y volver la vista, la casa y los vinos quedan allá arriba, con la viña a los pies, en una estampa impresionante.
“Sin duda es uno de los rincones más fotografiados en El Bierzo”, dice. Y no solo por quienes vienen hasta aquí en las visitas de enoturismo que han creado y en las que se catan algunos de sus vinos y se pasea por la finca mientras Santi charla sobre la historia del viñedo tradicional en El Bierzo, sino por quienes pasan por aquí al lado en cualquier momento, ya que uno de los senderos que vemos justo al lado es un ramal del Camino de Santiago. Se trata del llamado Camino de la Virgen, que une Valtuille con la Villafranca. Una de sus propuestas de enoturismo recorre precisamente este camino: citan a los participantes en la iglesia de Santiago, en Villafranca, y en un cómodo paseo de tres kilómetros entre viñedos y campos de frutales llegan a Las Gundiñas. También hay frutales, por cierto, en las viñas de Santi, como era costumbre antiguamente y para propiciar la biodiversidad. Y, más allá, una fuente rodeada de enormes plátanos. “Ahora no tiene agua, dice Santi, pero para merendar a la sombra nos sirve. ¡Y cómo los voy a quitar, si los plantó mi abuelo…! ¡Si lo hago y me ve desde arriba me manda un rayo!”
Del Francés al Olvidado
Volvemos a la casa para probar algunos de los vinos y, mientras, charlamos y disfrutamos de este asombroso paisaje. “Aquel cerro es Castro Ventosa”, comenta. “O Castro Bergidum, que es el nombre que viene de los astures” Castro Ventosa es otro de los puntos míticos en este territorio berciano. Desde allí arriba también hay una buena panorámica. Claro, por eso lo eligieron los antiguos pobladores para ubicar su ciudad-fortaleza, Bergdunum. Las murallas son aún visibles pero el interior del yacimiento está cubierto… por una viña! Hace tiempo se realizaron excavaciones y mucho de lo que se recuperó se puede ver en el Museo Arqueológico de Cacabelos, el M.A.R.C.A, pero después se siguió usando como terreno de cultivo y sigue a la espera de una excavación y proceso de investigación definitiva.
Con lo que me ha contado Santi me han dado ganas de ir hasta Villafranca del Bierzo siguiendo el Camino, así que me despido de él y me pongo en marcha. Por aquí, por el territorio de la Ruta del Vino del Bierzo pasan cuatro de los caminos jacobeos: el Camino Francés; el Camino de Invierno, que parte de Ponferrada y se usaba cuando la nieve dificultaba la subida por O Cebreiro; el Camino del Manzanal, que pasa por Bembibre y Ponferrada; y el Camino Olvidado, muy frecuentado en los siglos X, XI y XII, que parte desde Bilbao y que por aquí atraviesa las localidades de Congosto, Cubillos del Sil y Cabañas Raras hasta llegar a Cacabelos. Hoy, la estampa de los peregrinos entre los viñedos es una de las más habituales, sea la época que sea. Junto a algunos de ellos entro a pie en Villafranca del Bierzo y nos recibe la iglesia de Santiago. El flanco norte da al camino y ese lado es donde está la puerta del Perdón, con sus arquivoltas y capiteles historiados.
Esta puerta solo se abre en años Jacobeos porque, como la de Santiago de Compostela, ofrece el Jubileo a los peregrinos que por enfermedad no pueden continuar hasta la ciudad gallega. Al parecer es un privilegio que otorgó el papa Calixto III en el siglo XII y que se ha mantenido hasta hoy. Igual ha ocurrido con la tradición vitícola, asociada a los monjes de los monasterios benedictinos que se instalaron por aquí para atender a los peregrinos. Poco a poco también llegaron los artesanos, artistas y comerciantes, pues Villafranca se convirtió en una encrucijada de caminos que atraía y demandaba este tipo de habitantes. Por eso no tardó en desarrollarse económicamente y más cuando los Reyes Católicos le dieron el título de Marquesado. Ese antiguo esplendor se ve en muchos edificios y no solo religiosos: basta con pasear por la calle del Agua para estar rodeados de palacios, casas-torre y edificios señoriales impresionantes. Antiguamente también se la conocía como calle de los vinos por la cantidad de bodegas que albergan sus casas. A unos metros, en el convento de las Clarisas está el ciprés más alto y longevo de España y al acercarme a verlo paso por la puerta de la panadería Quiñones, desde donde sale un aroma irresistible a pan recién horneado. Es un negocio centenario que elabora, entre otros productos, empanadas y panes de centeno (por encargo) deliciosos.
Siempre A Tope
Pongo rumbo a Cacabelos. La carretera que une estos pueblos sigue el trazado del Camino de Santiago, así que me cruzo con un goteo constante de peregrinos. La bodega Godelia tiene unos vinos dedicados a ellos, precisamente, los Pilgrim. Está en mi itinerario así que paso a hacer una visita. Es otra de las que se ha empeñado en embotellar el espíritu de esta tierra, estudiando el potencial de las variedades locales, mencía y godello, y los diferentes tipos de suelo (pizarra, cantos rodados o arcilla) en el que crecen sus viñas. Tienen una buena oferta de experiencias enoturísticas. La última en incorporarse ha sido Godelia se lleva, que nació como fruto de la pandemia: se realiza la visita a la bodega y el vino te lo llevas en un estuche de tres botellas (Mencía, Godello y Doña Blanca) para degustarlo en casa… ¡o en el camino!
Al llegar a Cacabelos el aroma a pimientos asados inunda todo. Estamos en plena temporada y por todos sitios se afanan en esa labor. También en La Moncloa de San Lázaro, el establecimiento mítico del Bierzo, donde me alojaré en este viaje. Es mucho más que un hotel, y Ada y Álvaro renuevan y amplían constantemente la oferta: música en directo, productos de calidad propios (como los pimientos, los membrillos, las castañas o el vino), terraza de verano… El encanto de este lugar es innegable, especialmente en los meses de invierno, cuando la madera, la piedra y todos los detalles de decoración crean un ambiente único.
A pocos kilómetros de aquí está Canedo, donde José Luis Prada, Prada a Tope, abrió el Palacio de Canedo, otro de los faros enoturísticos de El Bierzo. Flor y Prada contagian energía y buenrollismo, por lo que uno siempre sale contento de aquí. La antigua casona de piedra del señorío de Canedo es ahora un hotel con bodega (y tienda, museo, taller de elaboración de conservas y hasta un bosque de ocho hectáreas plantado por el propio Prada) rodeado de viñedo por el que discurren senderos que utilizan tanto quienes trabajan las viñas como los visitantes. Recorro con Flor una parte de ellos, desde la parte más alta de la finca, El Picantal, protegida por un bosque de coníferas que se extiende por la cresta de la colina, hasta la viña del Depósito, donde hay una explanada que sirve de mirador y desde donde hay unas vistas impresionantes de la hoya berciana, el conjunto de valles rodeados de montañas de esta parte occidental de la comarca de El Bierzo. “Además, como aquí no hay contaminación lumínica, las noches estrelladas son todo un espectáculo”, señala Flor.
Hay un antiguo camino que une Canedo con Arganza, que es, de hecho, la cabeza del municipio. Aquí, en otra impresionante casona de piedra, se encuentra otra de las bodegas de la Ruta del Vino que apuestan por el enoturismo: Pittacum. El nombre hace referencia al pasado romano de la región (recordad que bien cerca están las Médulas) y tiene que ver con el mundo del vino, claro, pues era la denominación del ánfora cónica que se usaba como unidad de medida. En la remodelación de la bodega encontraron enterrada una de esas ánforas, un pittacum, así que lo del nombre vino solo… También encontraron un medallón con el rostro de Baco, que incorporaron igualmente al proyecto, pues es el logo de la bodega. Algunos de los viñedos de Pittacum están justo al lado de la casona pero, como suele ocurrir en toda la comarca, trabajan con multitud de parcelas (200, en concreto), ubicadas en diferentes localizaciones. Aquí se mantienen las pequeñas propiedades, las pequeñas viñas, antiguas y bien cuidadas que, aunque hoy compliquen el proceso de producción, han permitido crear vinos diferentes y con gran personalidad, además de seguir disfrutado de un paisaje singular y tremendamente hermoso.
Monjes y mineros
La última etapa de este viaje me lleva a Ponferrada donde, a las puertas del Castillo me espera Noelia, de Guías Bierzo. Con ella voy a recorrer parte de la ciudad, empezando por este Castillo de los Templarios. “Bueno, en realidad de templario en el castillo hoy no hay nada”, me dice, para después aclarar que el pasado templario está más relacionado con las casas que se levantaron para estos monjes guerreros, una bodega, un convento y un campo de entrenamiento. Pero todo eso hoy ha desaparecido. El caso es que los templarios llegaron aquí a finales del siglo XII reclamados por el rey a instancias del papa, por las quejas que desde hacía tiempo trasladaban los peregrinos jacobeos en cuanto a la seguridad en estas tierras.
La misión de los templarios fue protegerlos y, de paso, limpiar y arreglar los caminos. Con el tiempo la Orden del Temple acabó prohibida y sus posesiones, que eran muchas, pasaron a manos de diferentes nobles. Estos fueron los que cambiaron la faz del castillo y del pueblo amurallado, construyendo torres y estancias adaptadas a los nuevos tiempos y necesidades. En el siglo XVI se abandonó y después pasó a manos del ayuntamiento. Estuvo a punto de desaparecer y convertirse en un campo de fútbol (¡vaya guasa!) pero hoy todo aquello pasó y, recuperado y restaurado, sirve como potente atractivo turístico.
Hay otro elemento, esta vez gastronómico, que también ha acabado por identificar al Bierzo y a Ponferrada y que atrae a buena parte del turismo: el botillo. Siguiendo el curso del Sil, en la misma margen donde está el Castillo, podemos disfrutar de las mejores preparaciones de este plato en La Casa del Botillo. Es un restaurante que recuerda a una casa de montaña y que está ubicado en la ladera del monte Pajariel. Aquí se viene a probar el botillo, como decimos, pero tampoco hay que perder de vista otros platos de la gastronomía tradicional como los huevos estrellados a la berciana, la cecina, las croqueta de botillo, los pimientos asados con lacón o la cazuela de ancas de rana.
Para terminar, me acerco a la antigua central térmica de la Minero Siderúrgica de Ponferrada, que también se ha reconvertido en un edificio turístico. La restauración de estas instalaciones industriales obtuvo premios como el Europa Nostra y hoy es, sin duda, uno de los lugares más atractivos de la comarca y una de las joyas del patrimonio industrial de nuestro país. Aquí está el Museo de la Energía, donde podemos descubrir cómo se producía la electricidad a partir de carbón desde comienzos del siglo XX y conocer de cerca las particularidades de la sociedad de aquella época, cómo era la vida de quienes trabajaban aquí y cómo fue evolucionando el territorio. En el edifico de los antiguos talleres está instalado el restaurante La Central, donde Jesús Rodríguez propone una cocina llena de sabor y originalidad (hay que probar la Ensalada de tirabeques y la Empanada de mejillones y chorizo) basada en los productos del terreno. En la carta de vinos, una treintena de buenas referencias, la mayoría de El Bierzo, claro. Con uno de ellos, Para muestra un botón, Godello de Encima Wines, me quedo de sobremesa disfrutando los últimos momentos de este viaje.
La Tronera
Miguel Martínez Novo tiene más de doscientas referencias de vino en la carta de su restaurante La Tornera. Está en Villadepalos, un pequeño pueblo del municipio de Carracedelo, donde junto al restaurante, Miguel y Teresa abrieron un pequeño hotel. Son otros enamorados de El Bierzo que muestran a través de la cocina las bonanzas de esta comarca. Gran parte de lo que se sale a mesa está basado en los productos de la huerta berciana, “algo que hay que está por explorar y por darle valor desde aquí mismo”, dice Miguel. Así que, por el mantel de hilo blanco impoluto desfilan cebollas de Villafranca, guisantes, habas, licuados de lechuga, manzanas reineta, tomate… todo local, de pequeños productores y de cultivo respetuoso, elaborado en preparaciones tan sabrosas como sorprendentes. Trabajan con Menú Degustación que cambia según la temporada y en el que también hay guiños a otros productos de la zona, como el botillo (que no podía faltar) pero que lo presentan en forma de croquetas que están deliciosas. Su propuesta Cómete el Bierzo permite, además, disfrutar de su cocina en nuestra casa.