Las cumbres están nevadas. Ha llegado tarde, la nieve, este año, pero blanquea en lo alto de esta sierra miremos prácticamente donde miremos. Y, al parecer, vienen otros días fríos y con nuevos frentes que traerán más. Es una buena noticia. De momento a nosotros nos sirve para maravillarnos con la estampa y para sentir la atracción de estas montañas, de la sierra de Gredos o Gredos, como también se le suele llamar.
Texto y fotos: Óscar Checa Algarra
Esa apelación, así a secas, omitiendo la referencia geológica, lleva la mente a una especie de territorio mítico o legendario, ¿verdad? Y el caso es que, sí, que Gredos, al menos desde el punto de vista que nosotros lo vamos a recorrer, relacionado con la agricultura, el viñedo, tiene mucho de épico y de heroico. A cada paso nos vamos a encontrar con una relación especial entre el hombre y la naturaleza que se manifiesta en espacios donde la viña crece de manera inverosímil, en comunión (o en lucha) con un terreno rocoso donde lo aguerrido de las plantas es proporcional a la severidad de la piedra.
El valle de las iglesias
El viaje comienza en el externo suroccidental de Madrid, en la zona de San Martín de Valdeiglesias, al sur de las estribaciones orientales de Gredos. El nombre viene de antiguo y haría referencia al “valle de las iglesias”, en alusión al gran número de ermitas y pequeñas iglesias que se construyeron por todo este valle en los siglos X y XI. En 1150, Alfonso VII decidió agrupar toda esa ansía de espiritualidad dispersada en pequeñas comunidades eremíticas en una sola, más grande, y creó un monasterio de nueva fundación: el monasterio de Valdeiglesias, que acabaría incorporado a la Orden del Císter.
En realidad está en el término de Pelayos de la Presa por lo que también se conoce por ese nombre, aunque ni la ubicación ni toda su historia ni los diferentes estilos arquitectónicos que guarda le libraron de la desamortización y posterior decadencia. A finales del siglo XX, el arquitecto Mariano García Benito lo compró y unas décadas después lo donó al ayuntamiento. Se creó una Fundación que hoy se encarga de ir restaurando el edificio y que desde hace unos años también organiza visitas. En estas visitas se pueden recorrer todos los rincones del monumento, empezando por la capilla mozárabe que sería parte de la ermita que dio origen al monasterio, la enorme iglesia desprovista ahora de su cubierta, los claustros, el refectorio… y veremos las singularidades que guarda, además de otros detalles como el referente al fantasma que, dicen, habita aquí.
Sería el fantasma de Doña Elvira, la mujer de Rafael de León, el ebanista que construyó la sillería del coro. La leyenda cuenta que este hombre acabó refugiándose en el monasterio huyendo de la justicia tras matar a un aprendiz suyo que cortejaba a su esposa. Cuando esta murió, su espíritu acompañó a Rafael (que había acudido al sepelio) en su camino de vuelta al monasterio. Y, al parecer, por aquí se quedó la mujer…
Vinos (y) estrellas
El caso es que este gran monasterio determinó en gran parte el paisaje agrícola de la zona, pues muchos de los terrenos dedicados a viñedo vendrían de aquella época. Un gran número se han perdido o se han abandonado, pero otros se han mantenido y se han recuperado con proyectos recientes como el de Las Moradas de San Martín. El GPS se empeña en meternos por trochas que se corresponden con viejas sendas que, me digo a mí mismo, datan de los años en que los primeros monjes llegaron al valle.
El entorno es espectacular: una colina por la que serpentea la carretera entre encinares y pinares. Finalmente doy con el camino y llego a la bodega. Isabel Galindo está al frente y con ella nos adentramos por las viñas por donde suelen discurrir la mayor parte de las propuestas enoturísticas de la bodega, como el Trekking entre viñedos, en donde, con un mapa podemos recorrer el paraje por nuestra cuenta, catando vinos en diferentes puntos donde nos han dejado preparadas las botellas. Las cepas están recién podadas. Son de Garnacha y de Albillo Real.
En estos terrenos altos, de suelos pobres, arenosos, me cuenta Isabel, la Garnacha frena un poco su tendencia a la productividad y saca racimos más pequeños, está más aireada y madura mejor que en las partes bajas del valle donde, además, con la humedad suele ser atacada por la botritis. En los recorridos explican el ciclo de la vid y lo ponen en relación con el entorno, donde abundan las plantas aromáticas y el matorral mediterráneo.
Esta, además, es zona ZEPA, de especial protección para las aves, por lo que uno se siente en un pequeño paraíso donde volver a conectar con la naturaleza… ¡y con el universo! porque otra de las actividades de enoturismo es la Cata bajo las estrellas, en la que tras la visita a los viñedos a última hora de la tarde con el equipo técnico, pasamos a observar el cielo nocturno de la sierra de Gredos con la ayuda de astrónomos profesionales y degustamos los vinos de Garnacha y Albillo Real. Deleite puro.
Casa de locos
En Tierra Calma ocurre algo parecido. La belleza del entorno y la idea de recuperar los viñedos centenarios animaron a Rafael y a Elena a iniciar un proyecto bodeguero que desde el primer momento contó con el enoturismo. Como Las Moradas, también ellos cultivan en ecológico, siguiendo el principio de respeto a la Tierra. Los suelos de arena granítica aportan aquí también el carácter mineral a los vinos de Garnacha y Albillo Real, las dos variedades que, de nuevo, encontramos en estos campos. Rafael explica la historia de la viticultura en este territorio, hace hincapié en las características del suelo y subraya el encanto de este paisaje. Algunas de las propuestas de la bodega se centran en la gastronomía y reúnen a quien acude en torno a una mesa, algo perfecto para seguir con la conversación y la charla alrededor del mundo del vino, de Gredos y de la importancia del sosiego y la placidez.
Esa también es la filosofía de la tercera bodega que visitamos, Ca’ di Mat, aunque el nombre tire para otro lado, pues traducido del piamontés vendría a significar ‘casa de locos’. Pero todo tiene su explicación, claro: primero el tema del dialecto piamontés, que viene porque Paolo, uno de los dueños, es de esa región italiana. Su pareja y otra mitad del proyecto, Victoria, tenía una hacienda agrícola familiar, que fue el origen de la bodega.
“Hay que estar locos para aventurarse en la viticultura”, les decían cuando empezaron a plantearse la idea; y de ahí surgió ese ‘casa de locos’ que habla de la audacia y de la osadía más que otra cosa. Bendita locura, pensarán ahora aquellos, porque Ca’ di Mat se ha convertido en uno de los referentes de la vitivinicultura de Gredos, con su filosofía de intervención mínima y el respeto ecológico en las más de 40 pequeñas parcelas que cultivan, con viñedo de entre treinta y ochenta años. En los terrenos graníticos volvemos a encontrar encinas, robles, jaras, retamas, majuelos, endrinos, cantueso… Con este último, tan presente por todo el territorio, elaboran, por cierto, una miel que se suma al resto de productos de huerta que también cultivan.
De nuevo en el mapa
Ponemos ahora dirección a Cebreros, ya en la provincia de Ávila. Desde San Martín de Valdeiglesias hay apenas dieciocho kilómetros. Los viñedos de uno y otro lado pertenecen a dos Denominaciones de Origen diferentes pero comparten decenas de aspectos: suelo parecido, mismas variedades principales… La historia del vino y de la antigua agricultura se une aquí con la de la ganadería, pues una de las cañadas reales atraviesa este territorio. Se trata de la Cañada Real Leonesa que, justo por aquí, coincide también con un tramo del Camino de Santiago.
A un lado de la vieja cañada, a los pies del cerro de Guisando, un rebaño de vacas pace tranquilamente en los pastos que, con las lluvias de este invierno, lucen espléndidos. Y justo enfrente, al otro lado de la carretera, están los Toros de Guisando, los verracos de piedra, unas esculturas zoomorfas que representan toros y cerdos, y que están relacionados con las manifestaciones simbólicas de los vettones, el pueblo pre-romano que vivía en este territorio.
Estos han pasado a la historia por encontrarse junto a la venta donde en 1468 la infanta Isabel y su hermano, rey de Castilla, Enrique IV, firmaron el pacto por el que Isabel se convertiría en la heredera del trono. Esa venta servía de lugar de avituallamiento y descanso para los pastores de la Mesta que transitaban por la Cañada Real. Hoy no queda nada de aquel edificio, aunque más adelante todavía siguen en pie algunos de los puentes por los que cruzaron durante siglos todos los rebaños, como el de Valsordo, de origen romano y donde se cobraban 43 maravedíes y medio por cada millar de cabezas de ganado que pasaran. Un poco más arriba en el curso del mismo río, el Alberche, hay otro puente junto al trazado del nuevo viaducto, nada más salir de El Tiemblo. Lo llaman el Puente antiguo del Alberche. Este es más moderno pero igualmente atractivo.
Poco antes de llegar a Cebreros, vemos la silueta alargada de Tierra de Cebreros, un complejo enoturístico que alberga una bodega, un hotel, dos restaurantes y una galería de arte. La bodega empezó a elaborar en 2019 pero el hotel y el restaurante llevan apenas un par de años de andadura. Para la nueva época que están conociendo los vinos de la zona es un proyecto perfecto. Acostumbrados por aquí a la pequeña escala, Tierra de Cebreros destaca, aunque bueno, el hotel cuenta solo con doce habitaciones para seguir manteniendo un equilibrio y para ir en línea con la exclusividad de los propios vinos de la zona. A su alrededor se extiende todo el viñedo, al estilo de los châteaux franceses. Es otra de sus singularidades pues esta es tierra de minifundios, como ya hemos visto, por lo que Lidio Nieto, el propietario, tuvo que ir agrupando las pequeñas parcelas para conseguir lo que ahora vemos.
Las visitas a la bodega se realizan en grupos durante los fines de semana. El recorrido comienza junto al viñedo, pasa por las naves de elaboración y de barricas y termina en la moderna sala de catas, donde se aprenden los conceptos básicos y donde, sobre todo, se degustan los vinos de Garnacha y Albillo Real. De todas formas, la mejor manera de disfrutarlos es en los restaurantes del hotel, el Sursum, que está en el mismo edificio, y el Deorsum, abajo, junto al viñedo. La cocina de ambos está basada en lo local, pero con toques contemporáneos, y en la carta sobresalen las carnes y las verduras.
En el valle del Tiétar
Nos levantamos para ver amanecer antes de emprender la última parte del viaje. Clarea el cielo por las colinas del este y se vuelve naranja, mientras en el oeste, las cumbres nevadas de las estribaciones de Gredos adquieren tonos rosados por unos instantes. Y en mitad de todo, el viñedo que se extiende ladera abajo y que pronto empezará a brotar con la llegada de la primavera.
Con esa imagen nos vamos y ponemos rumbo sureste porque el viaje finaliza en la otra punta del territorio de la D.O. Cebreros. Pasamos, así, del valle del Alberche al valle del Tiétar, siguiendo carreteras secundarias que atraviesan parajes sorprendentes con dehesas, robledales, pastizales, sotos… Los viñedos quedan siempre a más altura.
Son viñedos de montaña, como los que cultivan en Huellas del Tiétar, la bodega de Lanzahíta a la que acabamos de llegar. Nos recibe Teresa. Su padre fue el gestor de todo este proyecto. Empezó en 2013 haciendo vino en un garaje para recuperar los viñedos que se estaban abandonando en la zona o que se arrancaban. Con el tiempo montaron la bodega y un espacio para eventos, aquí, en la falta del monte de La Abantera, y acaban de inaugurar un restaurante que completa la oferta enoturística.
Teresa se encarga, entre otras cosas, de las visitas de enoturismo y con ella recorremos la finca mientras, mapa en mano, nos explica el entorno, la geología, la historia de la Denominación de Origen, las variedades, las peculiaridades de esos viñedos de montaña y la propia historia de la bodega. Es una visita muy didáctica y divertida en la que volvemos a encontrar una nave de elaboración de pequeño tamaño, como en el resto de bodegas (a excepción de la de Tierras e Cebreros) de la zona. De esos viñedos de secano, de cotas altas, viejos, plantados en vaso, salen sus vinos tintos de Garnacha, el rosado (que se vende en un santiamén) y un blanco que es un coupage de Albillo Real, Verdejo, Malvar y Garnacha blanca. Son vinos muy disfrutones y gastronómicos por lo que el nuevo restaurante que se ha levantado junto a la bodega es una idea redonda para degustarlos.
Tierras de Cebreros
Es elegante. La arquitectura del edifico que acoge el complejo enoturístico Tierras de Cebreros se identifica desde lejos pero no rompe la armonía de este valle del Alberche. Se extiende en horizontal, con líneas puras, rectas, sobrias pero amables; como un ejemplo más de que el hormigón también puede llegar a formar estructuras delicadas. Dentro, sorprende la práctica ausencia de muros separadores a lo largo del gran corredor en el que se suceden el restaurante Sursum, espacios comunes y el área de las habitaciones. Todo mirando al sur, con el cristal y espacios abiertos jugando con el cemento. Sus doce habitaciones, confortables, estilosas, modernas, limitan el número de clientes alojados, por lo que se mantiene siempre la sensación de calma y cierta exclusividad que, a fin de cuentas, tal vez es lo que uno viene buscando también por estos lares.