Texto: Óscar Checa/Fotos: Óscar Checa / Varios
No será difícil, pues desde hace mucho tiempo la viticultura ha sido en esta zona uno de los pilares de la agricultura local. Podemos remontarnos incluso a los tiempos de los romanos y empezar este viaje en el Parque Arqueológico de Segóbriga, uno de los yacimientos celtíbero-romanos más importantes de la Meseta. Fue el núcleo de la explotación de minas de lapis specularis, una piedra de yeso cristalizado y transparente que dejaba pasar la luz y que servía en las construcciones romanas para colocación en ventanas y suelos.
Hoy, una combinación de ambos aspectos podemos encontrarla en Finca La Estacada, unos kilómetros más al norte, muy cerca de Tarancón, inscrita en la D.O. Uclés. Abrió sus puertas como bodega y tienda en 2001, pero poco a poco ha ido añadiendo servicios que han acabado por convertirla en un interesante centro de enoturismo.
Visitas guiadas, salas de reuniones y eventos, un hotel, un spa con tratamientos de vinoterapia y un restaurante (además de otras actividades propuestas en colaboración con otros establecimientos) acercan el mundo del vino en este particular paraje situado justo en la frontera de tierras alcarreñas y manchegas, y muy cerca de la antigua calzada del lapis specularis o de alguna otra importante vía de comunicación, como da fe el miliario encontrado en sus terrenos y que se reproduce en los jardines.
Al mando de los fogones está Roberto Hidalgo, un sevillano buen conocedor de la nueva cocina, que aplica las recetas clásicas de la gastronomía castellano-manchega generando, por ejemplo, platos como Delicias de ajo arriero (especie de croquetas de ajo arriero sobre cama de calabacín) o Chuletillas de lechal a la brasa con patatas panaderas y cebollitas francesas al vino tinto. En cuanto al vino, os proponemos probar alguno de los nuevos monovarietales de Cabernet Franc, Petit Verdot o Prieto Picudo que, además, incorporan una nueva tecnología en la botella: un corcho que se quita con un simple giro de muñeca.
Este tema de la innovación es algo que la D.O. Uclés tiene muy presente. Es una de las Denominaciones de Origen más jóvenes de España pero también la primera en medir la huella de carbono en las bodegas o en trabajar en un proyecto de recuperación de gases de efecto invernadero y reutilizarlos para alimentar algas autóctonas que sirvan de fertilizante para el campo. Pero lo que la hace llamativa desde el punto de vista turístico es el entorno donde se asientan sus viñedos.
De hecho, este lugar fue la cabeza de esta organización por encontrarse en el centro geográfico de todas sus posesiones, entre otras razones. Hasta hace muy pocos años todavía seguía funcionando como el centro de seminaristas que lo definió en los últimos tiempos. Los turistas son ahora quienes recorren los patios, claustros, iglesia e incluso las celdas por donde transitaron jóvenes con vocación sacerdotal, novicios, monjes, escolares y los caballeros santiaguistas.
Hoy está en ruinas, pero aun así impone. Casi tanto como el paisaje de horizontes infinitos que se divisa desde el cerro donde se yergue y que, tras los cercanos espacios poblados de encinas, jaras o tomillos, deja entrever campos de cereal, viñedo y algún olivar. No es ésta una zona donde predomine el olivo, pero la Almazara Almenara, fundada en 1850, elabora aceites de calidad premiados en importantes certámenes mundiales y productos cosméticos hechos con aceite y sin parabenos.
Tampoco tiene coste el recorrido por la laguna de El Hito, situada a algo más de una decena de kilómetros desde aquí. Es un humedal estacional que pertenece a la llamada Mancha Húmeda y que, depende de la época del año, lo encontraremos con más o menos agua. Muchos especialistas la consideran algo único, pero más allá de los aspectos científicos uno puede disfrutar tanto del paisaje como de la presencia de numerosas aves, especialmente de la grulla común, pues es un lugar de concentración en su paso migratorio desde el norte de Europa al norte de África.
Seguimos adentrándonos en tierras manchegas hasta llegar a Villamayor de Santiago que ofrece la tipicidad de estos pueblos junto a palacios y casas señoriales. Pero si por algo se conoce hoy es por su queso Manchego. Aquí hay tres queserías que elaboran queso con Denominación de Origen. Una de ellas, Quesos de La Huz, realiza también visitas bajo reserva.
De nuevo en ruta, el viñedo (fuera ya del territorio de la D.O. Uclés) vuelve a ser uno de los protagonistas del paisaje en el camino que nos lleva hasta Belmonte. Y lo hace de manera rotunda en Finca Antigua, en el pueblo de Los Hinojosos, donde encontraremos dedicadas a la vid 420 de las 1.000 hectáreas que forman esta propiedad. Aviso: aquí se viene sin prisa porque hay mucho que ver y aprender.
Una bodega de arquitectura vanguardista y eficiente desde el punto de vista energético y aprovechamiento de recursos, que se complementa con la antigua alquería, convertida en tienda y espacio para eventos. En pocos sitios disfrutaréis más si os gusta el campo y el mundo del vino; ea, ya lo he dicho.
Como esos y los otros vinos que hemos probado, Belmonte, el punto final de nuestro recorrido, es un pueblo con carácter. La tipicidad manchega está bien marcada (casas encaladas, cortinas de ‘telas manchegas’ en las puertas…) pero por todos lados aflora su impronta medieval, representada de manera espléndida por su castillo. Lo mandó construir Juan Pacheco, Marqués de Villena, quien hizo de esta localidad la cabeza de partida de su marquesado.
Desde lo alto de los cerros que todavía guardan molinos de viento (sin pintar de blanco, como suele ser habitual) la vista es espectacular, pero no se ven hoy muchos árboles en el entorno. Los bosques habrían dejado lugar a los viñedos, así que, por esta vez, no nos lamentaremos tanto…
A ese nombre hay que añadir hoy Hotel Spa. Después de una prolongada obra de recuperación y restauración, la primera construcción con la que el nieto del rey Fernando II ‘El Santo’, el Infante Don Juan Manuel, quiso dar esplendor a la villa de Belmonte, ha recobrado la prestancia de antaño convertida en un hotel. Alrededor de un claustro renacentista (el edificio también fue monasterio) se distribuyen sus 39 habitaciones de ambiente moderno y refinado pero en línea con la sobriedad y la sencillez arquitectónica y cromática de la antigua fortaleza.
Originales espacios para eventos, spa, un patio exterior donde disfrutar de las vistas y las originales propuestas de su cafetería, serenidad a raudales,… no le falta de nada. En su restaurante encontraremos una buena selección de vinos de la zona y de otras regiones no muy habituales en las cartas, y una propuesta gastronómica con claro acento manchego pero con toques innovadores. Una recomendación: no os perdáis el postre de Sopa de azafrán con bizcocho y vainilla.
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