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Lanzarote: Viaje al paisaje delirante

En el vino está la verdad, dice el proverbio latino. Y en el vino de Lanzarote (esto lo digo yo) lo que está es una verdad surrealista, la afirmación de un entorno entre lo delirante y lo mítico, la destilación inaudita del fuego, la evidencia de lo extraordinario. Basta con plantarse en mitad del paisaje negro de La Geria, plagado de hoyos y rodeado de volcanes, para entender estas palabras. Un viaje enoturístico por Lanzarote es la mejor forma de embriagarse sin haber llegado a probar el vino. Aquí, los fundamentos de nuestros conocimientos y certitudes se hacen añicos y nos vemos obligados a redefinir convicciones echando mano de lo extravagante y lo pasmoso. Quien no viene preparado para lo prodigioso se lleva una buena sacudida del espíritu. Quien sí lo hace, acaba con ración doble…

Texto y fotos: Óscar Checa Algarra

Los habitantes de Lanzarote estaban acostumbrados a hacer de la necesidad virtud. Los majos (o mahos), que así se llamaban los antiguos aborígenes de esta isla canaria, arrancaban al irregular suelo isleño lo que podían: en los puntos más productivos se cultivaban cereales y pequeños reductos de árboles frutales como higueras, almendros, ciruelos o melocotoneros. También alguna vid, traída aquí probablemente en el siglo XV con la llegada de Jean de Bethencourt y los ‘conquistadores’ normandos. Todo cambió un 1 de septiembre de 1730 cuando, tal como relata la crónica de un cura de la localidad de Yaiza, “entre las nueve y las diez de la noche la tierra se abrió en Timanfaya (…) y una enorme montaña se levantó del seno de la tierra”. Los volcanes, la lava y el fuego marcaron el día a día de esta isla durante los seis años siguientes, cubriendo casi un tercio de su superficie, y especialmente las zonas de los valles más productivos. Bajo el manto de lava y ceniza (que en algunos sitios alcanzó un espesor de tres metros) desaparecieron aldeas, aljibes, corrales y campos de cultivo. Pero pronto en la misma fuente de la desgracia se encontró la salvación: hubo que cavar en la ceniza hasta llegar al suelo fértil para plantar, pero los hoyos resultantes protegían de los vientos y la ceniza volcánica (el picón o rofe como la llaman aquí) aportaba riqueza de minerales, impedía la erosión, absorbía más radiación solar por su color negro y, con su porosidad, absorbía la humedad de los vientos alisios e impedía que se evaporara. Vamos, toda una bendición que cambió el rumbo y el paisaje de la isla. Desde entonces, cualquier rincón cubierto de ceniza tiene el aspecto de un gigantesco panal negro en el que cada celdilla lo que esconde es una cepa de uvas. El trabajo de mantenimiento de estos hoyos es arduo pero el resultado es agradecido.

Agujeros negros

Los hoyos de La Geria son hipnóticos y ejercen sobre cualquiera de nosotros un poder de atracción irrefrenable. Es como si estuviéramos en un universo plagado de agujeros negros. Los de Lanzarote también absorben la luz, pero la devuelven en forma de pámpanas verdes que destacan en la oscuridad del suelo-universo volcánico. En las visitas guiadas de Bodega La Geria podemos adentrarnos en estos particulares viñedos y dejarnos arrastrar hacia el fondo de uno de esos hoyos-agujeros negros. De esta forma también seremos conscientes de lo que supone laborar en este terreno en el que, hasta hace pocas décadas, el hombre se servía de la ayuda del único animal adaptado a este hábitat: el camello.

En la Fiesta de la Vendimia que se celebra en esta bodega se recrean esos tiempos pasados y los camellos vuelven a ser los protagonistas de la recolección. Llevan en la isla más de seis siglos y han evolucionado adquiriendo unas características diferentes a las de sus antepasados africanos. Hoy es raro verlos en tareas agrícolas y la estampa exótica se ha trasladado hasta el entorno del Parque Nacional de Timanfaya, donde los turistas pueden adentrarse a lomos de estos animales. Además de probar los vinos en su terraza o en la sala de suelo de rofe donde todavía se conserva un lagar y una prensa tradicionales, esta bodega también ofrece la experiencia de realizar caminatas de unas tres horas por el paisaje protegido de La Geria que acaban en sus viñedos, situados en el borde mismo del Parque Natural de Los Volcanes.

Basta cruzar la carretera para entrar en los dominios de otra bodega, Rubicón. El antiguo cortijo del siglo XVI, al que se le añadió una bodega en el XVIII, está hoy dedicado por completo a turismo. Podemos recorrer de manera libre las antiguas habitaciones, dispuestas alrededor de un patio con un gran aljibe, para acabar después degustando en la terraza de su restaurante o junto a la entrada, algunos de sus vinos, como el Amalia Malvasía seco o el fabuloso Rubicón Moscatel.

Todos los colores

Como decía, de La Geria al Parque Natural de Los Volcanes hay solo un paso. Según nos adentramos en este espacio y va quedando atrás el paisaje negro y moteado de verde de los hoyos y los socos (las pequeñas paredes de piedra volcánica que los rodean para protegerlos), aparecen nuevos delirios telúricos: campos de lavas plagados de líquenes que se vuelven verdes al amanecer, con la humedad; volcanes de laderas rojas; bombas volcánicas a modo de monolito en mitad de coladas de malpaís; montañas blancas o jaspeadas… Todos los colores están esparcidos por este territorio que, sin solución de continuidad, se convierte en Parque Nacional.

El área de Timanfaya, protegida desde antes de la llegada del turismo, se mantiene prácticamente igual desde que sus volcanes cambiaran la faz de la isla hace tres siglos. Solo se puede recorrer en grupos a bordo de autocares de los que no podemos bajar, una restricción comprensible cuando vamos viendo lo excepcional del paisaje que se extiende al otro lado del cristal. Para quitarnos la espinita podemos conducir después hasta la costa y el Charco de los Clicos, un volcán que surgió entre la tierra y el mar y cuyo cráter se mantiene aún entre el mundo de Gea y de Ponto, y que alberga una curiosa laguna de aguas verdes… No cabe ni un gramo más de alquimia sensorial…

La bodega más antigua

Volvamos a La Geria, que aún no ha desvelado todos sus secretos. Las estrechas carreteras que se abren paso entre los campos de vides llevan hasta los caseríos dispersos aquí y allá, de arquitectura sencilla y nada estridente. Ni siquiera el blanco de sus paredes, que resalta irremediablemente en un entorno dominado por el negro, rompe con lo sosegado del paisaje. Algunos de estos edificios se han convertido en alojamientos turísticos, como la Ecofinca Buenavista Lanzarote, una pequeña casa de campo rodeada de viñedos en hoyo. Esta antigua vivienda tradicional tiene ahora todo tipo de comodidades pero mantiene la rusticidad en cualquier detalle que nos fijemos. Frente a las mínimas ventanas originales conservadas en las habitaciones, una gran pared de cristal en la sala principal deja entrar la luz y el paisaje al interior, aunque el atardecer y el amanecer, eso sí, hay que vivirlos fuera, en la pequeña terraza o en mitad del viñedo.

Junto a la carretera principal que atraviesa La Geria vuelven a aparecer nuevas bodegas abiertas al enoturismo, como El Grifo, la más antigua de Canarias, que alberga, además, un museo del vino ubicado en las antiguas dependencias bodegueras. César Manrique, amigo de la familia y diseñador del logo de las bodegas y alguna de sus etiquetas, fue el que animó a la creación de este museo donde podemos ver el viejo lagar; una recreación de un taller de tonelería; instrumentos bodegueros; exposiciones de fotos; un pequeño jardín de cactus; una huerta y varios ejemplos de chabocos, otra forma de cultivar el viñedo, aprovechando zanjas y grandes huecos en la lava, dedicados sobre todo a la variedad Moscatel, que necesita una mayor cantidad de agua.

Cerca de aquí, en la Bodega Los Bermejos tenemos la oportunidad de ver otra modalidad más de cultivo. Se trata de la llamada ‘en zanja’, en el que las vides se disponen en hileras paralelas en vez de en hoyos, pero protegidas igualmente por los socos, por las paredes de piedra volcánica. Unas paredes que, por cierto, se levantan sin argamasa alguna, simplemente apilando piedra sobre piedra y haciendo que encajen a la perfección. En este viñedo comienzan las visitas guiadas de esta bodega, planteadas como recorridos exclusivos para grupos reducidos o incluso de una sola persona. La mejor manera de terminarlas es degustando un vino en su terraza sombreada junto al viñedo.

De museos

La labor y el esfuerzo de los agricultores lanzaroteños se reconocen en la Casa-Monumento del Campesino, que marca el límite norte de La Geria. Es uno de los Centros de Arte diseñados por César Manrique. Aquí podemos ver y aprender sobre las costumbres y las edificaciones tradicionales de la isla, además de probar los vinos y la gastronomía local en su restaurante. Y cerca de este lugar, en el pueblo de Tiagua, una gran finca agrícola también se ha reconvertido en museo etnográfico, donde se recrean las antiguas tradiciones y modos de la vida lanzaroteña.

Se trata del Museo El Patio, un lugar al que más vale venir sin prisa porque aquí hay mucho que ver y todo extremadamente interesante. Como gran finca que era, tenía su propia bodega que, por supuesto, aún conserva, aunque el vino que producen hoy se elabora en otras dependencias. Es ese vino el que se cata al final de la visita, en un espacio que recrea una taberna tradicional y que tiene el encanto de los lugares fuera de tiempo.

Vino y aloe vera

Además de La Geria, el norte de Lanzarote, entre los municipios de Teguise y Haría, también es zona de viñedos. Las bodegas de esta parte no suelen tener oferta enoturística pero en la zona hay otros atractivos que no hay que dejar pasar por alto. El primero de ellos son las plantaciones de aloe vera, como las de Lanzaloe o Aloe Plus. Uno y otro han desarrollado productos cosméticos en los que se mezclan el aloe con el vino, como la gama de Vinoterapia de Lanzaloe que incluye cremas faciales, hidratantes, aceites corporales, geles, champús y jabones en los que encontramos desde el mosto de Malvasía volcánica hasta los aceites de las pepitas de estas uvas.

Los quesos de La Pastora de Haría también son una de las exquisiteces que hay que buscar en el norte de la isla. La pastora es Violeta García, una asturiana afincada en Lanzarote que aprendió el oficio aquí, con las maestras queseras de Montaña Blanca. Sus quesos de cabra, elaborados con leche cruda, poseen la certificación ecológica… y un sabor fuera de lo común. El secreto está en la elaboración y en el mimo que Violeta da a sus animales, que pasan cinco o seis meses al año pastando libres por el valle de Los Castillos. La manera más fácil de probar estos quesos es acercarse al mercadillo de los sábados de Haría. El puesto que esté siempre rodeado de gente es el de Violeta.

Mi viaje finaliza en las montañas del extremo norte de la isla, en el Mirador del Río, otro de los Centros de Arte, Cultura y Turismo diseñados por César Manrique. Frente al mar y la isla de La Graciosa, medio zarandeado por el viento que sopla aquí con fuerza, me despido, muy a mi pesar, de esta isla que se cuela por cada poro de la piel y deja en el alma la misma marca indeleble que los volcanes estamparon por toda su faz.

 

Sonidos Líquidos

“Experiencia musical y enogastronómica”. Así es como se autodefine el festival Sonidos Líquidos, que aúna la música en directo con los vinos y la gastronomía lanzaroteña. Tiene lugar a finales de primavera y se desarrolla en dos fases: conciertos individuales en bodegas o en otros espacios (Malvasía Volcánica Experience) y un gran concierto de cierre que tiene lugar en la explanada que se extiende delante de la Bodega La Geria (Malvasía Volcánica Weekend). Casi en ningún otro evento similar entran en juego tan descarada y potentemente los sentidos… Los corporales y los espirituales, porque cuando uno está junto al escenario en plena Geria, en la noche y rodeado de volcanes, hay sensaciones difíciles de explicar solamente a través de los primeros. La piel entera se convierte en un receptor de energía y la isla entera parece cobrar vida.

 

 

 

 

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