Texto: Óscar Checa Algarra. Fotos: OC y Bodegas Jiménez Landi
Más tarde nos encontraremos con el otro cauce importante dentro de esta zona, el del
Ese hecho tendría más relevancia algunas décadas más tarde, cuando la villa fue abandonada y se construyó, en sus cercanías, un palacio del que hoy solo quedan los cimientos y algunas columnas pero que ha dado gran cantidad de información a los arqueólogos. Pero volvamos a la villa porque junto a los mosaicos de escenas mitológicas que se han descubierto y que forman parte de la llamada pars urbana (la zona residencial), aquí se encontró también uno de los restos más antiguos de la zona relacionados con la elaboración de vino. Como todas las villae romanas, ésta de Carranque era una explotación agropecuaria. Parece ser que al principio estuvo dedicada a la producción de vino pero que con el tiempo, su dueño (un tal Materno, tal como figura en un epígrafe de uno de los mosaicos) la remodeló para adaptarla a la elaboración de aceite. El torcularium (la almazara
) se volvió a tapar después de ser excavado e investigado. Allí estaban los espacios para la molienda de la aceituna pero también zonas de pisa de la uva y depósitos para el almacenaje del mosto.
Una comarca cuajada de olivos
Este cambio de rumbo en la explotación agrícola, hace suponer que la producción de aceite se volvió más cuantiosa y, por tanto, reportaba más beneficios, aunque las razones exactas probablemente no las conoceremos nunca. De todas formas, lo que sí podemos constatar hoy es que toda esta comarca está cuajada de olivos, y muchos de ellos cuentan, a juzgar por su porte, con varios cientos de años en sus ramas. Así que el paisaje por el que nos movemos en un viaje por esta zona nos muestra desde llanuras dedicadas al cultivo de cereal hasta lomas y altozanos donde se alterna la vid y el olivo, aunque predomina el segundo según nos acercamos a la zona de la sierra (la de Gredos, al noroeste, que hace de frontera y límite natural).
De hecho, algunos de estos pueblos han acabado siendo conocidos a lo largo de la historia por sus olivares, su aceite y… sus almazaras. Es el caso de la pequeña localidad de Alcabón, cerca de Torrijos. Alcabón se fundó entre los siglos VIII y XI, durante la dominación árabe en la península. Por aquel entonces se la llamaba Alcabor, que quiere decir ‘chimenea’ o ‘humero’, un apelativo que provenía de las grandes chimeneas de los cinco molinos de aceite que había aquí.
Junto a esta cuestión de toponimia, algunos de los elementos que encontramos en el interior de la almazara que hoy es un museo, hacen pensar que esta sea la más antigua y completa en su tipología de las que han llegado hasta nuestros días en nuestro país. La Almazara de Alcabón tiene la peculiaridad de ser un museo y un restaurante. Como museo, además de las grandes prensas de viga, conserva todo el espacio, restaurado prestando atención a todo los detalles; instrumentos y enseres, como alcuzas, zafras, cántaros, tinas; e incluso, los molinos de fricción, las muelas de piedra, movidas por tracción animal, que permitían estrujar la aceituna sin romper el hueso.
Pero este es un museo del
aceite… y del vino, porque junto a la almazara también se ha conservado una espléndida bodega con 19 tinajas de 200 arrobas, hechas por diferentes alfareros, aunque un buen número de ellas proceden del alfar El Carmen, de Talavera de la Reina. Entrar aquí es como hacer un viaje en el tiempo. Y casi lo mismo se puede decir en lo que respecta al restaurante porque su especialidad (y por lo que la mayor parte de la gente viene hasta aquí) es el cocido hecho en olla de barro en la chimenea, con leña y paciencia, como antiguamente. Julio, el propietario, también regenta una pequeña bodega cuyo vino se sirve junto a este plato.
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