Texto: Lara Villanueva. Foto: IGP Morcilla de Burgos
Paul Larruskain: guipuzcoano de nacimiento, burgalés de adopción. 42 años. “Mi mujer y yo nos vinimos a Valpuesta hace más de una década. Mis padres tenían casa aquí. Compramos una casona en ruinas del siglo XV, la más antigua del pueblo, con un arco que incluso dicen que podría ser el más antiguo de España. Y así fundamos Los Canónigos, del que podemos decir orgullosos que desde el primer día ha estado lleno”.
Roberto da Silva, presidente de la IGP Morcilla de Burgos. 58 años, “pero me pienso jubilar a los 85”, dice tras más de una hora de conversación donde entran desde los Reyes Católicos hasta los Juegos Olímpicos de Calgary. Y es que algo tiene de conquistador este habitante de Cardeñadijo, cuya vida es una serie de capítulos dignos de pasar a la posteridad y cuyos productos de su empresa Embutidos Cardeña embelesan antes de desempaquetarlos.
¿Cuánto se conoce de la morcilla burgalesa? Dice Roberto que muy poco. “Y eso que en El Quijote ya sale la olla podrida como plato de Castilla. Aquí ya aparecen la pata de cerdo, la oreja, el tocino o la morcilla dentro de este guiso. Y estamos hablando del siglo XVII”.
Bueno ahora con el reconocimiento de la IGP por parte de la Comisión Europea…
Cuenta Roberto que de las 14 empresas que había hace 25 años, al inicio de la lucha por preservar la calidad, 8 ya han desaparecido del mercado. “Ha sido por muchas razones, pero es verdad que hay una que prevalece: se quedaron las producciones industriales, desapareciendo los artesanos”. Roberto habla siempre desde el paraguas de la IGP, pero su espíritu inquieto hace que reparta energías entre esta institución y Embutidos Cardeña, existente desde 1925. Pero este es otro cantar, y en estas líneas nos centramos más bien en los lares que pusieron mapa a otros cantares como el del Mío Cid.
De todos modos, Roberto, la IGP en torno a vuestra morcilla siempre ha estado sobrevolando la tierra burgalesa…
Sí, pero lo que teníamos era un estudio justificativo a partir de una investigación que estábamos haciendo con la Universidad de Burgos. Una alumna llegó a hacer una tesis doctoral, lo que fue una excusa para ir logrando la diferenciación con respecto a otras morcillas de España. También hemos sido tierra próxima a rutas históricas del comercio, un factor que ha contribuido decisivamente a esto. Y aquí entra otro dato importante: el estudio nos hizo ver que nuestra morcilla está vinculada a Burgos por una conexión: la cebolla horcal, una de las más famosas de la tierra burgalesa.
Hay algo más de una hora en coche entre Cardeñadijo, el pueblo de Roberto y Valpuesta, el de Paul. Un tiempo suficiente para disfrutar de esa vuelta a las escapadas por carretera para conocer la España interior. Una filosofía, que, tras este parón, parece que ha venido para quedarse.
¿Cómo lo vivisteis?
Paul y su mujer Edurne llevan Los Canónigos mano a mano. “Este trato tan personalizado gusta mucho a nuestra clientela. Yo salgo mesa por mesa todos los días para hablar con los clientes”. Y algo hay en este joven chef que apostó por vivir en este pueblo de dieciocho habitantes que habla de la vuelta a la España auténtica. “En nuestro restaurante no hay wifi ni códigos QR”. No se necesitan. “La gente viene en busca de esta tranquilidad”, dice. En Valpuesta se han encontrado recientemente los primeros escritos de la lengua castellana, una razón que suma a los motivos para visitar esta pequeña aldea en las verdes Merindades.
Parece que el comensal y el turista gastronómico van apostando por lo autóctono…
Y para diferenciadora la Morcilla de Burgos IGP, ¿por qué reivindicarla?
Un alimento humilde, en palabras de Roberto da Silva que encaja a la perfección en esa vuelta a una gastronomía desnuda, sin maquillajes, que nos transporta a las historias que cuenta la tierra, en este caso, la burgalesa. “Somos conseguidores de una gastronomía personalizada. En un Madrid Fusión Berasategui me pidió nuestro crujiente de morcilla”. Pero como dice Roberto da Silva, ejemplos como este no hablan tanto de cosechar éxitos, sino satisfacción. Y eso a veces, viene de la sencillez, como el pincho que Paul y Edurne ofrecen en Los Canónigos: la sencillez de la morcilla con pimiento. Con un ligero toque ahumado con romero seco al carbón. Crujiente por fuera, melosita por dentro.
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