La Navidad no solo es una época de reunión y celebración; es también una fiesta de los sentidos. La neurogastronomía, la ciencia que estudia cómo el cerebro percibe los sabores y cómo las experiencias gastronómicas evocan recuerdos y emociones, encuentra en la Navidad un terreno fértil. No es casualidad que ciertos platillos tradicionales de estas fechas generen en nosotros una intensa conexión emocional: a través de ellos, viajamos al pasado y reavivamos momentos felices.
Por Efa Rimoldi
La neurogastronomía sostiene que el sabor no depende solo del gusto, sino de una compleja interacción entre el olfato, la vista, el oído y el tacto. En Navidad, los platillos tradicionales, como el pavo, el turrón o las galletas de jengibre, desencadenan recuerdos específicos. Esta experiencia multisensorial de la comida navideña no solo está en los ingre
El pavo y el cordero
El pavo asado, en muchos países, es sinónimo de la cena de Navidad. Este plato comenzó en Europa en la época de la colonización de América, cuando el pavo fue introducido en el continente. Su popularidad se debe a su tamaño, ideal para alimentar a grandes familias, y al carácter ceremonial de prepararlo en el horno. En algunos países de Europa, como España, el cordero asado ocupa un lugar similar. Ambas carnes no solo representan un banquete opulento, sino también una tradición de compartir abundancia y buena fortuna.
El turrón es otro plato imprescindible en las mesas navideñas, especialmente en países como España. Su historia se remonta a la influencia árabe en la Península Ibérica durante la Edad Media. Con almendras, miel y clara de huevo, el turrón no solo es un símbolo de la Navidad, sino que representa el mestizaje cultural. En otros países, sus variantes como el nougat o el mazapán tienen también raíces similares, fusionando tradiciones e ingredientes locales para ofrecer un sabor único de estas fechas.
Las galletas de jengibre, comúnmente decoradas con forma de muñeco o casa, tienen sus orígenes en la Europa medieval. Con la llegada del azúcar y especias como el jengibre desde Oriente, comenzaron a hornearse estas galletas en épocas festivas, tanto por su sabor como por su capacidad de conservarse bien en el tiempo. En países como Alemania, se encuentra el famoso Lebkuchen o pan de especias, cuya receta ha pasado de generación en generación y que guarda un simbolismo especial: el jengibre y la canela, con sus aromas intensos, son también conocidos por sus propiedades para calentar el cuerpo en el invierno. El ponche de huevo, la sidra caliente y otras bebidas especiadas son ejemplos de cómo la neurogastronomía actúa a través del olfato y el calor para crear sensaciones placenteras. Estas bebidas, servidas calientes, son ideales para combatir el frío y evocan recuerdos de hogar. El ponche, en particular, tiene un origen europeo y es un derivado de una receta medieval que incluía vino, especias y huevo. En América Latina, el ponche de frutas es más común y es elaborado con frutas de temporada y especias como la canela y el clavo.
Asociaciones del cerebro
Cada uno de estos platos, más allá de su sabor, involucra una serie de sensaciones y recuerdos. La neurogastronomía explica que el cerebro asocia los sabores con los momentos en los que fueron experimentados. Así, al probar estos alimentos, se desencadena un “viaje en el tiempo” que nos lleva a revivir experiencias pasadas. Es en la Navidad, cuando los sentidos se exaltan y los aromas llenan la casa, que el papel de la neurogastronomía se vuelve evidente. La decoración navideña, la música y los olores típicos, como el de las castañas asadas, contribuyen a que estos platillos navideños generen una experiencia completa. Conocer el impacto de los sentidos en nuestra percepción de los sabores y emociones nos permite usar la neurogastronomía para enriquecer nuestras celebraciones. Para ello, podemos crear rituales que fomenten un ambiente especial: desde seleccionar música que evoque la infancia hasta adornar la mesa con elementos naturales. Los aromas, como el de la canela, el jengibre y la vainilla, pueden activarse mediante velas o aceites esenciales, logrando que los platillos tradicionales desencadenen emociones aún más profundas.
También podemos innovar en los sabores, sin perder la esencia tradicional. Por ejemplo, adaptar recetas con ingredientes locales o crear postres que conserven los aromas y sabores familiares, pero presentados de manera diferente. De esta forma, hacemos que la neurogastronomía forme parte de la experiencia navideña. Y esta disciplina nos recuerda que cada bocado es una puerta hacia el pasado, un recuerdo de quienes somos y de las historias que nos han acompañado. En esta Navidad, aprovechemos el poder de los sentidos para crear nuevas memorias y fortalecer nuestra conexión con los seres queridos, compartiendo no solo platos, sino experiencias y emociones. Un año más, desde ORIGEN, te proponemos saborear también los momentos mágicos agradables de estas fechas.
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