Reportajes

Senderos alcarreños por Cuenca y Guadalajara

“No tiene parangón con ningún otro de cualquier punto del Imperio”. Las palabras son de Plinio el Viejo; el Imperio en cuestión era el Romano, claro, y aquello a lo que se refería era el lapis specularis de Hispania, una variedad de yeso cristalizado, conocida como yeso selenítico, que tiene gran capacidad de exfoliación y puede separarse en láminas tan finas como se desee. La superioridad del lapis specularis hispano se debía, en parte, al tamaño de las formaciones, de los cristales de roca, que eran, con creces, los más grandes de todos cuantos se conocían en aquella época (siglo I y comienzos del siglo II).

Texto: Óscar Checa Algarra. Fotos: OCA

Minas romanas de Lapis Specularis

Las mejores minas y la zona de producción se encontraban en un vasto espacio que tenía como punto central la ciudad de Segóbriga, en la actual provincia de Cuenca. Una ciudad que, de hecho, creció y se desarrolló gracias a esas minas de lapis specularis: se convirtió en el epicentro de la red comercial de este material y, al mismo tiempo, sirvió de lugar de encuentro de todos aquellos que trabajaban alrededor de ese comercio, desde los potentados a los propios mineros pasando por los artesanos, tratantes o productores y vendedores. Así se explica que una ciudad de tamaño mediano llegara a tener teatro, termas monumentales, anfiteatro (con capacidad para 5.500 personas) y circo (con capacidad para 10.000 personas). El caso es que algunas de esas antiguas minas romanas se pueden visitar hoy en día, pues se han recuperado y adaptado como recurso turístico. Y en una de ellas, en la Cueva del Sanabrio, en Saceda del Río, que pertenece a Huete, es donde comienza este viaje por tierras alcarreñas. Alcarria conquense, en una primera etapa, y Alcarria de Guadalajara en una segunda.

 

El pasado romano

Museo de la Fragua en Huete

El camino que conduce hasta la entrada de la cueva brilla. La senda contiene pequeños trozos de este yeso selenítico que va reflejando la luz del sol. Alrededor, con la primavera ya bastante avanzada, el paisaje alcarreño de páramos y pequeñas elevaciones aisladas (alcarrias) es ahora un caleidoscopio de colores. Entramos en la mina. Las paredes, el techo de la espaciosa galería está repleto de lo que parecen escamas y que no es otra cosa que el lapis specularis. Estas formaciones (les llaman cuchillos) se solían dejar, obviar, pues lo que los romanos buscaban eran las grandes vetas para extraer piezas de mayor tamaño. ¿Para qué se usaba? Este lapis specularis, esta roca trasparente, era el cerramiento de ventanas y vanos de las casas romanas e incluso se utilizó en la construcción de invernaderos. Desde aquí se llevaba a Cartago y desde allí a todo el Imperio.

No solo hay constancia escrita de esto, sino material: hace unos años, en Pompeya y Herculano se descubrieron láminas de lapis specularis cuyo análisis no dejaba duda: procedían de las minas de Hispania. La riqueza que este mineral dio a la zona durante dos siglos se interrumpió cuando se empezó a controlar de manera efectiva la elaboración del vidrio. La materia prima, la arena, se podía encontrar in situ y, con ello, se abarataban los costes. Así que las minas se fueron abandonando y hoy las encontramos prácticamente tal como las dejaron. Esa es una de las grandes herencias romanas de esta zona, aunque, como ocurrió en cada rincón del Imperio, Roma dejó también por aquí otra: el cultivo de la vid y la elaboración del vino. Ahora el cereal es lo que predomina, pero la vid tuvo su importancia hasta hace bien poco.

Marina Olarte, de Miel Pósito Real

Las laderas de las alcarrias se aprovecharon para construir las bodegas-cueva donde se elaboraba y almacenaba el vino, y donde se podía mantener en condiciones adecuadas de temperatura. En Huete, como parte de la Ruta Etnográfica, podemos visitar una de esas antiguas bodegas. Esta se excavó en el siglo XVI, o al menos de esa época es una de las tinajas de barro que guarda en su interior, según indica la firma que se puede ver cerca de su boca. Junto a las tinajas todavía se conservan también otros elementos: las piqueras por las que se introducían los racimos desde el exterior, el jaraíz, piletas para recoger el mosto… Aquí podemos empezar a descubrir la historia del vino en esta comarca, que nos llevará por destacados yacimientos de villas romanas hasta la actualidad con proyectos tan singulares como el de Pago de Calzadilla o el de Altomira. Este último es nuestro próximo destino, pero antes seguimos recorriendo las calles de Huete.

 

Del cereal a la miel

Museo de la Fotografía en Huete

No muy lejos de esa cueva-bodega nos encontramos con el edificio del antiguo Pósito Real. Los pósitos eran instituciones municipales que tenían la función de almacenar grano para luego prestarlo a bajo interés, sobre todo en épocas de carestía. El de Huete se fundó a finales de la Edad Media, aunque la edificación actual es la que se hizo durante los siglos XVII y XVIII. La nave de almacenamiento está elevada y construida sobre varias bóvedas que sirven para aislarla de la humedad. Y esas salas abovedadas son, precisamente las que desde hace poco utiliza Marina Olarte para su negocio: producción y venta de miel. Estando en La Alcarria no podía faltar, claro.

Yacimiento de La Cava

Hace ocho años, Marina, que vivía en Cuenca, decidió venirse a vivir aquí y empezar a trabajar como apicultora. El negocio no ha ido mal y ahora comienzan también a hacer visitas, especialmente para concienciar a la gente de la importancia de las abejas en el ecosistema. En las salas abovedadas del pósito está preparando un pequeño museo que servirá de complemento a esas visitas en donde, por supuesto, se degusta la miel. Miel multifloral de tomillo, romero, aliaga, jara y lavanda, las especies predominantes en el paisaje alcarreño. Junto a la miel, la lavanda es, precisamente, es uno de los símbolos de identidad más recientes de La Alcarria. Desde que en Brihuega se recuperara el cultivo a gran escala de esta planta aromática, el morado, el violeta y el lila de sus flores han inundado muchos de los rincones de esta comarca.

En otro rincón del pueblo encontramos un edificio que guarda uno de los museos más visitado de Huete y de toda la provincia. Se trata del Museo de Fotografía, que es una de las sedes de la Fundación Antonio Pérez, dedicada, en este caso, a la gran colección de fotografía contemporánea de los fondos de esta Fundación. Está instalado en un antiguo convento renacentista, el de Jesús y María, que aquí conocen como ‘El Cristo’, y que fue fundado por el arcediano de Alarcón Don Marcos de Parada y López de Madrid, canónigo de la Catedral de Cuenca y señor de la villa de Huelves. Desde la desamortización de Mendizábal ha tenido diferentes usos, pero el de Museo de Fotografía le va perfecto: arte en el contenido y en el continente.

 

El valle de Altomira

Patio de la Bodega La Era

Dejamos Huete y ponemos rumbo a Altomira, que es el apelativo de un valle y de un municipio. La carretera que lleva desde Huete hasta aquí atraviesa uno de los paisajes más hermosos de la provincia (y posiblemente del país). Me recuerda a las obras de Sempere. En Mazarulleque, las casas se aglutinan en torno a un cerro, el cerro de La Muela, donde también se excavaron bodegas-cueva. Maribel y José Manuel recuperaron una de ellas y, con la uva de viejos majuelos, comenzaron a elaborar vino a pequeña escala. Altomira Vinos Artesanos; el nombre lo dice todo. También se sumaron al enoturismo y en sus visitas se recorre este singular pueblo de bodegas en cerro y panorámicas espectaculares.

Cocina tradicional en Finca Río Negro

A pocos kilómetros, junto a la carretera que lleva de Garcinarro hasta Buendía, otro cerro y otra panorámica completan la visita. Allí, dominando la vista del valle está uno de los mayores yacimientos celtíberos de la península: La Cava. El asombro se instala desde el primer momento en quienquiera que recorra las pasarelas de madera y las pequeñas sendas que rodean este lugar, y que muestran desde miles de grabados rupestres (cazoletas) hasta restos de muralla y un gran foso, pasando por construcciones excavadas en la misma roca relacionadas con el almacenamiento de víveres o rituales, como la estancia más llamativa, orientada al oeste y la puesta de sol. La sierra de Altomira al frente, un fértil valle agrícola salpicado de pequeños riachuelos, y un paisaje de alcarrias terrosas al otro lado forman una experiencia paisajística de 360 grados de lo más emocionante…

 

Rumbo a Guadalajara

Vinos de Finca Río Negro

Esta sierra de Altomira hace de hito divisorio entre Cuenca y Guadalajara. Pasando ya a esta otra provincia, continuamos el viaje en Mondéjar, otra de las localidades alcarreñas ligadas al mundo del vino. Aquí está Bodega La Era, un proyecto de reciente creación en el que están embarcados Natalia y Guillermo, junto a los padres de este último, Ramón y Elena. Todo empezó cuando Guillermo heredó unas viñas viejas… Decidieron cultivarlas para que no se perdieran. Al principio vendían la uva a otra bodega, pero en 2020, con la incertidumbre que provocó la pandemia, se tuvieron que quedar con la producción… y decidieron hacer ellos su propio vino, asesorados por enólogos. Entre unas cosas y otras han empezado a comercializar este mismo año 2024 y, junto a ello, se han sumado también al enoturismo. En sus visitas se enseña la viña (la casi centenaria, con cepas de Torrontés) se explican los sistemas de cultivo que adoptaron después en otras nuevas que plantaron en eje vertical, y se catan sus vinos con una tapa en la bodega, junto al jardín que Elena, aficionada al paisajismo, ha diseñado utilizando sobre todo especies autóctonas.

El mismo mimo e ilusión que transmite este proyecto familiar lo encontramos en otro pero que cuenta con unas dimensiones más rotundas. Se trata de Finca Río Negro, que se ha convertido en uno de los referentes no solo de la provincia, sino de toda la Castilla-La Mancha. Está en Cogolludo, justo en la frontera de la comarca alcarreña que estamos recorriendo, cuyos límites, en esta parte de Guadalajara, los marca el río Henares. Entramos, pues, en la vecina comarca de la Sierra Norte de Guadalajara. En Cogolludo uno se queda pasmado cuando llega a la plaza Mayor y se encuentra con el imponente Palacio de los Duques de Medinaceli. Está considerado el primer palacio renacentista que se construyó en España y su fachada de almohadillado florentino nos transporta a Italia, pero las paredes encaladas y el resto de flancos aporticados de la plaza nos recuerda que estamos en Castilla.

Palacio de los Duques de Medinaceli en Cogolludo

Este palacio sirvió de alojamiento a personajes como Francisco de Quevedo, Cristóbal Colón o Juana de Castilla y Felipe el Hermoso en el primer viaje que hizo este para conocer el reino que pasaba a cogobernar al casarse con la hija de los Reyes Católicos. Las crónicas hablan del buen vino que tomaron entonces aquí y es que, la historia de Cogolludo ha estado ligada a la viticultura desde la Edad Media. La filoxera y la despoblación del siglo XX hicieron que se perdieran la mayor parte de los viñedos, pero el proyecto de Finca Río Negro ha traído nuevas alegrías: en la búsqueda de las variedades que pudieron estar plantadas antiguamente, la bodega, en colaboración con el Instituto de la Vid y del Vino de Castilla la Mancha (IVICAM), ha recuperado la llamada Tinto Fragoso. Un vino de esta uva se fragua ya desde hace unos años en la bodega y la verdad es que promete.

Mientras tanto, el proyecto de Finca Río Negro sigue adelante, claro, en un paraje sorprendente, cuyas viñas están plantadas entre los 950 y 1.000 metros de altitud, en las estribaciones de la Sierra de Ayllón, a los pies de montañas como el Pico del Lobo, Peña Cebollera y El Ocejón. Rodeando el terreno de viñedo hay bosques de pinos, robles y un rico sotobosque que hay que atravesar antes y que descoloca un poco la mente. El enoturismo es la otra gran apuesta de Finca Río Negro, enfocado tanto para visitas como para eventos. La desconexión es total y no solo nos vamos de aquí habiendo aprendido mucho sobre el mundo del vino y la viticultura sino apabullados por la belleza del entorno y las inmensas panorámicas que se disfrutan desde esta altitud.

 

Bodegas y bodegos

Bodega-cueva en Hita

Volvemos a La Alcarria propiamente en este final de viaje, recalando en Hita. El arte nos sigue acompañando y, si al comienzo, en Huete, era la fotografía lo que salía al paso, aquí es el teatro. Desde hace más de sesenta años se celebra en este pueblo un Festival Medieval en el que se representan pasajes de El Libro de Buen Amor del Arcipreste de Hita. Poco se sabe de este personaje, Juan Ruiz, que pasó a la historia con el sobrenombre de su cargo eclesiástico y que escribió una única obra (no se conocen otras) pero que se considera una de las más destacadas de la literatura medieval española.

Las botargas, una manifestación ancestral de antiguos ritos, también se integran en las representaciones del Festival. Tienen lugar en verano, en julio, pero el resto del año podemos ver las máscaras y toda la historia en la Casa-Museo del Arcipreste, que también guarda un pequeño museo dedicado a las obras y la figura de Juan Ruiz. Pero la visita de Hita estaría incompleta si no nos acercáramos hasta las bodegas y los bodegos.

Puerta de Santa María en Hita

Las primeras son cuevas-bodegas que dan cuenta de la tradición vitivinícola de la zona y que están relacionadas con la antigua población judía, que era la encargada de la comercialización del vino. Los segundos, los bodegos, es el nombre que reciben las casas-cueva excavadas en lo alto de la loma sobre la que se levanta el pueblo. Estuvieron habitadas en otro tiempo, por gente humilde. A diferencia de las bodegas no acumulan humedad, pero aún así las condiciones de habitación eran duras. Algunos de estos bodegos se han rehabilitado y acondicionado para las visitas y entrar en ellos es trasladarse a un mundo que parece sacado de una novela.

 Casa Palacio Condes de Garcinarro

 La prestancia que en otros tiempos tuvo Huete no solo se ve en la cantidad de edificios religiosos sino en otros como esta Casa Palacio de los Condes de Garcinarro, un palacio del siglo XVII que sirvió de lugar de alojamiento y descanso al mismo rey Felipe III y que ahora se ha convertido en hotel de 14 habitaciones. Todas dan al patio central en dos alturas y presidido por una fuente donde solo se oyen los pájaros y donde alguna que otra golondrina ha hecho su nido. Desde el zaguán se tiene acceso a la antigua bodega, donde se conservan las tinajas, y a las caballerizas, transformadas hoy en sala donde se sirven los desayunos.

Un gran salón en la parte superior y un recoleto jardín en el que no falta una parra para dar sombra (y aprovechar las uvas, en otoño) son otros de los espacios comunes en los que dejar pasar el tiempo, meditando, leyendo o con una buena charla con amigos y una copa de vino.

Óscar Checa

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Óscar Checa

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