Reportajes

Soria: Enoturismo slow

La primera vez que uno visita San Esteban de Gormaz debe hacerlo entrando por el sur. No es que sea obligatorio, pero desde esta parte, este pueblo soriano aparece con una estampa espectacular: un enorme puente salva el río Duero para dejarnos al otro lado, casi junto a una de las puertas de la muralla medieval. El cerro desde donde se extendía el perímetro de esa muralla está justo en la vertical de la calzada del puente: en lo alto de todo aún se ve parte del castillo, en ruinas; una ladera de tierra arcillosa y calcárea moteada de decenas de pequeñas fachadas; y, más abajo, llegando al puente, el resto de casas protegidas por una línea de edificios de altura y constitución similar, levantados en los lienzos de la misma muralla.

Texto: Óscar Checa Algarra. Fotos: OCA / Castilla Termal

Según se avanza por el puente va apareciendo el río cuyo cauce se antoja pequeño para los doscientos metros de piedra que permiten vadearlo. Los dieciséis ojos que le dan el nombre dejan ver que, en otro tiempo, el agua corría de manera más extensa que en la actualidad. Tal vez fuera así en la época romana, de cuando data su fundación, y en el medievo, cuando se consolidó. Un canal que discurre paralelo al cauce lleva el agua hasta lo que tiene toda la pinta de antiguo molino.

El Mural del Cid

Mural del Cid en San Esteban de Gormaz

En realidad, me cuentan, el molino desapareció y lo que ahora vemos es la casa del molinero. Delante de ella, un enorme mural cubre la pared de un edifico junto al puente. Representa a un guerrero medieval, aunque en lugar de espada blande una pluma. Es el Mural del Cid, pintado por el artista Diego AS, traído a colación porque estamos en pleno territorio cidiano, claro. De hecho, el Cantar de Mío Cid, el cantar de gesta donde se relatan las hazañas del caballero castellano Rodrigo Díaz de Vivar, recoge de manera explícita nombres y descripciones de este pueblo y de sus alrededores.

Un pueblo que acabó siendo determinante por su posición geográfica estratégica en las luchas entre los ejércitos cristianos y musulmanes de la época medieval, y que, al ser ocupado por las tropas cristianas, se bautizó como Sancto Estephano in Extremo: fue la primera conquista en esta parte norte del Duero, por lo que se le puso el nombre del primer mártir cristiano (Esteban) y se le añadió la referencia toponímica ‘in extremo’, en la frontera.

Con la toma del territorio llegaron hombres libres (y que profesaban la fe de los nuevos señores) a repoblarlo, y junto a ellos, los maestros arquitectos para levantar los templos pertinentes. Estos mostraron a las gentes de este territorio la técnica de moda del momento, un estilo que acabaría siendo conocido como románico. Las iglesias de San Esteban de Gormaz son otro de sus atractivos. En realidad, son su atractivo más notable puesto que representan los primeros ejemplos de pórticos románicos de Castilla.

El Lagar de San Miguel

La iglesia de San Miguel es la más antigua, de 1081, una fecha marcada en el libro de piedra que sujeta una figura de uno de los canecillos del pórtico. La de Nuestra Señora del Rivero es algo posterior, pero igual de fascinante. En ambas, la decoración escultórica de los capiteles y canecillos hace relación a la ‘actualidad’ de la época (batallas) y a temas más cercanos a lo islámico que a lo cristiano, como la exaltación por la música. Las figuras, además, están representadas con una vestimenta de estilo andalusí (turbantes, caperuzas, caftanes, babuchas…), incluso aquellas que representan a personajes bíblicos, lo que hace pensar en la mano de alarifes islámicos. No es nada del otro mundo: eran quienes vivían en el territorio, ni más ni menos. Y es apasionante ir descubriendo estos detalles que acomodan el relato histórico de una manera diferente a lo que siempre se ha creído.

 

289 bodegas bajo la montaña

A pocos pasos de esta iglesia de San Miguel está el Lagar de San Miguel, que es la sede la Asociación de Amigos de las Bodegas y el Castillo. Funciona como museo (que se visita con reserva previa) en el que se ve cómo era un antiguo lagar pues eso es lo que fue este edificio, un lagar comunitario. Desde aquí el vino se llevaba a las bodegas, construidas en la cerca colina. Las pequeñas fachadas que se veían desde el puente son eso, las entradas a las bodegas. Todo el cerro está horadado. Aquí hay 298 de estas bodegas, lo que constituye el barrio de bodegas más numeroso de la Ribera del Duero.

Pórtico de la iglesia de Nuestra Señora del Rivero

Porque, sí, San Esteban de Gormaz está dentro del territorio de esta Denominación de Origen, aunque este paisaje es bien distinto al que encontramos en otros pueblos: por aquí no se llegó a hacer la concentración parcelaria, por lo que el viñedo está distribuido en parcelas pequeñísimas: son viñas viejas y algunas prefiloxéricas; y a eso hay que sumar el clima y la orografía, pues aquí hay viñedos que están por encima de los 850 metros de altitud y cercanos a los mil. Como dice Bertrand Sourdais “Soria es una máquina para remontar en el tiempo”.

Bertrand llegó casi por casualidad a este rincón soriano hace 25 años y quedó fascinado por el legado y el patrimonio vitivinícola que casi todo el mundo había condenado al olvido. Con Dominio de Atauta comenzó una pequeña revolución que ha ido dando lugar a la creación de nuevas bodegas bajo una filosofía de creencia en el potencial del territorio. Sus nuevos proyectos (Antídoto, Dominio de Es, Galia) se suman a los de otros jóvenes bodegueros de la zona, algunos de los cuales también apuestan por el enoturismo.

Cueva-bodega en San Esteban de Gormaz

Pero volvamos, justamente, al barrio de bodegas de San Esteban, ‘las bodeguitas’, como les llaman aquí. La mayor parte se han convertido en merenderos y lugares de reunión de amigos, pero algunas se pueden visitar. Agustín y Félix, miembros de la Asociación de Amigos de las Bodegas y el Castillo, me enseñan algunas. Unas aún conservan viejos toneles y cubas que van perfectos para explicar cómo se elaboraba el vino en otros tiempos, y otras se han adaptado a nuevos usos, pero nos podemos hacer una idea de la cantidad de galerías y pasadizos excavados en esta montaña. No se conoce con exactitud el momento en que se construyeron, pero ya hay información escrita sobre estas cuevas-bodega en el año 1600.

 

Hércules en la ventana

Hemos recorrido el cerro con las bodegas, el puente y visitado las iglesias, “pero aún queda algo que no puedes dejar de ver”, me dice Eduardo Esteban, auxiliar de Turismo de la localidad. Con él vamos a la calle Mayor donde las fachadas de antiguos palacios y casas señoriales guardan una curiosidad: están repletas de antiguas piedras reutilizadas procedentes de otros edificios. “Es el pequeño museo de epigrafía al aire libre de San Esteban de Gormaz”, dice jocoso Eduardo.

Bodegas de El Plantío en Atauta

No es algo inusual que las piedras de un castillo o muralla se usen para construir nuevos edificios cuando los otros dejan de tener uso, pero el caso es que aquí hay un conjunto de piedras bastante singulares, pues son de origen romano y visigodo. Y las encontramos de tres tipos: funerarias, procedentes de lápidas, como las que hacen de dinteles de algunas ventanas; honoríficas, procedentes de antiguos monumentos erigidos en honor a algún ilustre; y votivas. Y estas son las más curiosas pues hay un buen número en las que aparece el nombre de Hércules, el semidios de la mitología griega y romana relacionado con el comercio, con los caminos, con la agricultura… todo aquello por lo que se ha ido conociendo a San Esteban a lo largo del tiempo…

Todo hace sospechar que pudiera haber habido un templo o edificio similar dedicado a este semidios pues en época romana no hay constancia de un asentamiento poblacional de renombre en el lugar que ahora ocupa San Esteban, como sí eran los cercanos Uxama o Tiermes. Los yacimientos arqueológicos de estas dos ciudades se pueden visitar, aunque yo los dejo para una próxima vez y pongo rumbo a Atauta.

 

La fabulosa vega del Golbán

Arco califal en la fortaleza de Gormaz

Atauta está a siete o siete minutos de coche de San Esteban. El pueblo se extiende a lo largo de una cresta de roca caliza desde la que hay una panorámica espectacular, sobre todo en el lado sur. El cortado cae sobre la vega del arroyo Golbán, un pequeño curso de agua que forma un pintoresco soto al que le rodean campos de cultivo y la estampa asombrosa de un nuevo barrio de bodegas. Al paraje lo llaman ‘el Hondo’ y al barrio de bodegas ‘El Plantío’. Recuerda al poblado hobbit del Señor de los Anillos pero lo que vemos no son casas de los habitantes de La Comarca sino un conjunto de 141 bodegas, 15 lagares, 9 lagaretas y 3 ‘casillos’, además de algún palomar que se suma a otros que no faltan en las afueras del resto de los pueblos o en los campos.

Las bodegas están excavadas con la entrada orientada al norte y todo el conjunto está recorrido por sendas que comunican cada una con los lagares y lagaretas. Hay una placa junto a la primera edificación que advierte al viajero de que entra “en un mundo singular en el que se unen y confunden lo terrenal y lo espiritual gracias a la magia del vino”. “Para el vino se construyó toda esta arquitectura subterránea -continúa- y en torno al mismo se creó una forma de vida que afectaba a la totalidad de la sociedad rural tradicional, que consideraba esta bebida no como una moda o símbolo de estatus social sino como un alimento de primera necesidad”.

La construcción de El Plantío en el siglo XIX puede estar relacionada con la plaga de la filoxera que arrasó la mayor parte de los viñedos de Europa y provocó el aumento de la demanda exterior de vino. Así, el viñedo se extendió por aquellas zonas donde la plaga aún no había llegado y, con ellos, la construcción de nuevas estructuras vitivinícolas. Junto a las bodegas hay una viña plantada en espaldera, pero a pocos metros está el verdadero tesoro de este territorio: las viñas viejas. En la falda de una pequeña colina donde crece un bosque de robles y encinas, las pequeñas parcelas dan cuenta del paisaje de otro tiempo.

Ya hace un par de meses que pasó la vendimia y los pequeños racimos que no se recolectaron por estar verdes han acabado por madurar a duras penas. Las cepas tienen tallos retorcidos y crecen muy pegadas al suelo, como si quisieran esconderse de las heladas o de los corzos y los jabalíes que campan a sus anchas por aquí. Para evitar los destrozos que puedan causar, muchas viñas están valladas. Desde aquí abajo, junto a las viñas, impresiona también la vista del pueblo y descubrimos que en la misma pared rocosa también hay antiguas bodegas excavadas. Arriba del todo, mirando al valle, hay una construida hace menos tiempo, Dominio de Atauta, a la que nos referimos antes. Sus visitas se centran, con muy buen criterio, en el viñedo.

 

De Holanda a Soria

Ellen de Vries en La Lagareta

En otro pueblo cercano, Ines, también hay un pequeño barrio de bodegas y terrenos de viejas viñas. Son esas viñas centenarias las que entusiasmaron a Ellen de Vries hace diecisiete años hasta el punto en que decidió montar una bodega con su pareja, Carlos Aranda. Así echó a andar Aranda-De Vries pero como un proyecto que iba más allá de la simple elaboración de vino: “Quería intentar mostrar que en un pueblo tan pequeño como éste, con riesgo de despoblación total, también se pueden hacer cosas si pones ganas y usando las tradiciones pero de forma nueva”, dice Ellen.

La bodega (con la elaboración en biodinámica) es la primera ‘pata’ del proyecto. La naturaleza sería la segunda, lo social la tercera y el arte y la creatividad la cuarta. Ellen es maestra de profesión y, curiosamente, el edificio que hasta los años setenta fue la escuela es donde ahora hace el vino. Aquí comienzan sus visitas que siguen luego por el pueblo (lleno de rincones decorados con pintura mural) hasta llegar al barrio de bodegas. Pasamos por unas viñas junto al camino. “Son las viñas las que me cogieron a mí”, dice, “es un patrimonio increíble que lleva aquí más de cien años y si yo puedo cuidar de ellas unos cuantos años pues estaré muy contenta. Esto no se puede perder, pero hay que adaptarlo a los tiempos de hoy”.

Interior de una cueva-bodega en cerro de San Esteban de Gormaz

Ellen es holandesa pero lleva cuarenta años en España. El afán docente por enseñar, por comunicar, por compartir, sigue aflorando. Bajamos a la bodega subterránea donde guarda su vino. Son 2.400 botellas como máximo las que hace y la mayoría se quedan en el club de amigos que creó con las visitas. Como en Atauta, junto a las bodegas había lagares y lagaretas. Ellos han restaurado una que conserva la prensa de viga y el pilón, y forma parte de este recorrido que termina en un jardín junto a un riachuelo, donde se degusta el vino y donde se une Carlos. Con lo visto y lo vivido, y con la copa de vino en la mesa, la conversación se alarga amigablemente. “Todavía tienes que ver una cosa más”, me dicen al cabo de un rato. Y es que también han recuperado el mobiliario de la vieja escuela y han recreado un aula antigua, con sus pupitres de madera, la estufa, los mapas, el encerado, los globos terráqueos y los libros. Todo original. Todo auténtico. Como su proyecto vinícola…

La última parada del viaje la hago en Gormaz. Aquí se reúne casi todo lo que he ido viendo: la historia y el patrimonio artístico con la fortaleza andalusí (la de mayor tamaño de Europa occidental) y la ermita de San Miguel ubicada a los pies de la colina; el paisaje natural con el Duero surcando campos de cultivo y grandes extensiones de sabinares; y los pequeños viñedos y las bodegas subterráneas. A pesar de estar en ruinas, la fortaleza apabulla por su tamaño. En algunas zonas restauradas se puede subir a las murallas pero ahora que ya la tarde está cayendo, yo me dirijo justo al otro lado, al oeste, para ver ponerse el sol. Las cosas más sencillas se juntan aquí con enclaves inesperados e imponentes, haciendo de viajes así algo inolvidable.

Escabeches y setas

Olga está al frente del restaurante El Bomba del Hotel Rivera del Duero (Rivera con ‘v’, sí, como un juego de palabras que une la Denominación de Origen con el apelativo de la virgen del Rivero). Es un establecimiento que abrieron sus padres hace casi 60 años como pensión y que ahora, tras una reforma que hicieron en 2002, es un moderno hotel de 25 habitaciones. El restaurante es uno de los más señalados de la zona. Aquí se viene por su cocina tradicional, por sus platos de casquería y d e cuchara, sus escabeches y las setas de temporada (y yo vendría solo por el pan, que también hacen ellos y está buenísimo). Mantel de algodón en la mesa, madera en la decoración y chimenea encendida en invierno completan un servicio en el que la carta de vinos recoge la mayor parte de las elaboraciones de la zona.

A unos cuantos kilómetros, en Valdemaluque, Miguel Ángel dirige los fogones de El Toro. Lo encontraréis como arrocería y es que una de sus especialidades son los arroces porque Miguel Ángel viene de Alicante. La otra, son las setas, que es lo que le trajo hasta Soria. Es un apasionado de las setas y cuando comienza a hablar de este producto uno se queda embobado. Claro que el éxtasis llega a la hora de probarlas en sus preparaciones. El año pasado quedaron segundos en el Concurso de Tapas Micológicas de Soria y desde entonces ese plato no falta en la mesa: Boletus con ali oli de miel. ¡Creo que podría hacer un almuerzo repitiendo este plato una y otra vez! En cuanto a la bodega, Miguel Ángel tiene decenas de referencias entre las que no faltan, claro, las de las bodegas sorianas.

Un vino para un hotel

Se llama Converso y es el vino del hotel Castilla Termal Burgo de Osma y del resto de establecimientos de esta cadena hotelera. Se elabora no muy lejos de aquí, en pleno corazón de la Ribera del Duero, junto al Monasterio de Santa María de Valbuena. Los antiguos monjes cistercienses eran ayudados a veces por personal no religioso que trabajaba a cambio de comida y cobijo. Eran los ‘conversos’. De ahí viene el nombre de este vino para el que solo se emplea la variedad Tempranillo y que se cría en barricas de roble francés y americano durante 12 meses.

Esto es solo una de las muchas sorpresas que uno encuentra en este hotel ubicado en un edificio construido a comienzos del siglo XVI con la función de universidad, en el precioso pueblo de Burgo de Osma. Alrededor del patio renacentista cerrado por una enorme cúpula acristalada y en dos alturas se distribuyen sus 70 habitaciones, identificadas con ilustraciones de antiguos libros medievales. Es un lugar para disfrutar sin prisas y relajarse en su área wellness, donde no hay que perderse la Experiencia San Baudelio, un circuito de contrastes en un espacio que reproduce el interior de la ermita de San Baudelio, una pequeña iglesia prerrománica y de influencias mozárabes decorada con originales recursos arquitectónicos y pictóricos. www.castillatermal.com

Óscar Checa

Licenciado en Ciencias de la Información (Periodismo) por la Universidad Complutense de Madrid, ha desarrollado su carrera siempre en el sector del periodismo turístico. Ha trabajado en agencias de comunicación especializadas además de haber creado la suya propia y haber trabajado como responsable de prensa en la Oficina Española de Turismo en París. También es Experto en Periodismo Gastronómico y Nutricional (UCM) y autor de varios manuales para los cursos de la Cátedra Ferran Adrià de Cultura Gastronómica y Ciencias de la Alimentación de la Universidad Camilo José Cela. Es coautor y editor de guías de viajes de la colección Cartoville y GeoGuide de la editorial francesa Gallimard. Actualmente colabora con diferentes medios especializados en viajes y gastronomía y Presenta el programa 'Escapadas' de Radio 5-RNE. Es el responsable de comunicación de Rutas del Vino de España-ACEVIN.

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