Reportajes

Tinajas: El universo del enoturismo artesano

Vasija grande de barro cocido, y a veces vidriado, mucho más ancha por el medio que por el fondo y por la boca, y que encajada en un pie o aro, o empotrada en el suelo, sirve ordinariamente para guardar agua, aceite u otros líquidos”. Esta es la definición que la RAE hace de ‘tinaja’. Y entre esos “otros líquidos” a los que hace referencia está, por supuesto, el vino.

Texto: Óscar Checa Algarra. Fotos: OCA/ Bodegas citadas

Bodega El Nero de Chinchón

El barro y el vino llevan unidos desde hace más de cuatro mil años. Los recipientes antiguos eran más pequeños, eso sí, pero desde la Edad Media la artesanía tinajera se desarrolló y fue generando vasijas cada vez más grandes que servían para elaborar y conservar el vino. Hace veinte o treinta años, cuando empezó a aparecer el enoturismo, las tinajas estaban desterradas de las bodegas: el acero y la madera habían sustituido al barro. Pero todo vuelve, como bien dice la máxima del mundo de la moda, y las tinajas también han vuelto. Los grandes centros tinajeros hace tiempo que desaparecieron, pero aún se ha llegado a tiempo de que los últimos maestros tinajeros transmitan su saber, fundamental para conseguir los mejores recipientes para los nuevos vinos de tinaja. Las salas de barricas de las modernas bodegas comparten espacio ahora con filas de tinajas, y los viejos espacios bodegueros y antiguas cuevas repletas de tinajas se han recuperado como atractivos enoturísticos.

Todas las cosas de la tierra

El barro sabe a todas la cosas de la tierra y su tacto es igual al que experimentarías si pudieras tocar a la vez las aguas y las arenas, el tronco de los árboles y la pluma de las aves, la piel de un animal y el áspero cascarón de una roca…

Museo de la Tinajería de Villarrobledo

Así empieza el video que se proyecta durante la visita del Centro de Interpretación de la Alfarería Tinajera de Villarrobledo. Esta localidad albaceteña fue uno de los grandes centros de producción tinajera durante siglos. Con constancia escrita, la labor se remonta a más 400 años. ¿Cuántos de esos grandes búcaros salieron de las lustrosas manos de los alfareros de Villarrobledo? Imposible determinar la cantidad creada. Creada, sí, porque las tinajas se crean, no se fabrican. A las tinajas se las pare. Hay mucho de sensualidad, de orgiástico, en ese amasar la tierra humedecida, en esa comunión de pieles: el barro refresca las manos, calientes a golpe flamígero de sístole excitada, y ese calor pasa a la masa arcillosa y la templa, la aplaca, la dulcifica. ¿Qué saben estas manos que desconocen otras? ¿Qué laberintos proyectan las cabezas de estos barreros? ¿Con qué ritmos arcanos se acompasan los latidos de sus corazones?

Cuevas con tinajas en Tomelloso

Este Centro de Interpretación de la Alfarería Tinajera de Villarrobledo está situado en el barrio donde antiguamente se encontraban los pozos de barro y la mayor parte de los alfares. Uno de estos alfares, con su horno tinajero y todo, se ha recuperado y ha servido de punto de inicio para recrear este oficio y las actividades que se desarrollaban en estos lugares. En el exterior queda la era, el pilón y el horno. En la era se molía el barro con la ayuda de un rulo de piedra tirado por una mula. En el pilón se mezclaba con agua. Después se ‘sobaba’, se amasaba con los pies, para dar elasticidad y plasticidad a la arcilla. Y tras esto, estaba listo para poder trabajar con él. Las herramientas que se utilizaban están expuestas en el interior, junto a una colección de fotografías antiguas y un montaje escenográfico de figuras de barro a escala que recrean los diferentes pasos de la elaboración de las tinajas. El proceso se puede seguir en la proyección cinematográfica, en la que se grabó a uno de los últimos tinajeros. Es algo muy curioso porque, a diferencia de otras técnicas alfareras donde el artesano permanece quieto y el barro va girando hasta convertirse en un objeto, aquí es el alfarero el que va dando vueltas añadiendo grandes rollos de arcilla poco a poco hasta componer esta gran vasija. Y cuando estaba lista, había que dejarla secar al sol y luego cocerla en un horno descomunal hasta donde se trasladaba ‘a pulso’, con la fuerza de los hombres, que la rodeaban y la levantaban del suelo… Se requerían veinte hombres para mover las enormes tinajas de 500 arrobas. Hoy ya no quedan hornos de aquel tamaño y las tinajas más grandes que se elaboran suelen ser de 30 arrobas (500 litros). El material, la forma y la técnica fueron determinantes para que estas tinajas de Villarrobledo acabaran convertidas en las preferidas de muchos bodegueros. Por eso no solo se encargaban en distintos rincones de España sino también en Portugal y Francia.

Dos mil quinientas cuevas

Museo del Vino de Valdepeñas

El destino de una tinaja de vino solía ser una cueva. En las cuevas, en silencio, oscuridad y con una temperatura constante, el barro cocido servía de matriz para dar vida al vino. No muy lejos de Villarrobledo, en Tomelloso (Ciudad Real) se conservan muchas de las 2.500 cuevas-bodega que se excavaron bajo las casas. El subsuelo de esta localidad alberga 30 kilómetros de espacio horadado y una historia en la que las mujeres tienen un papel destacado: son las terreras, que tienen un monumento dedicado a ellas en la Plaza de España. Los hombres, los picadores, se encargaban de picar el suelo, y la tierra acumulada en espuertas y capazos de esparto la sacaban ellas, las terreras. Algunas de estas cuevas se pueden visitar hoy para conocer esa y otras historias. En ellas hay tinajas, claro, unas de barro, más antiguas, y otras de cemento, más modernas.

Grafiti sobre la cultura del vino y personajes de la ciudad en Valdepeñas

En Valdepeñas se repite el escenario. Incluso el Museo Municipal, ubicado en una antigua casa solariega del siglo XVI, tiene su cueva con tinajas (traídas en su momento, por cierto, de Villarrobledo). En otro museo, el Museo del Vino Valdepeñas, también vemos tinajas. Está ubicado en una vieja bodega, la bodega de Leocadio Morales, y se conservan todos los espacios: el patio con el pozo, los porches para los aperos, el muelle de descarga de los carros, el jaraíz, las prensas y atrojes originales, el chilanco (enormes trullos donde se almacenaban los hollejos de la uva para después prensarlos y hacer aguardiente), la cueva y la bodega de tinajas. La sala de tinajas (con casi 50 recipientes de 500 arrobas) de Bodegas Los Llanos impresiona igualmente. El trajín que en otros tiempos se vivía en este lugar se ha cambiado por otro distinto pues esta sala se usa ahora para eventos y las enormes tinajas tan solo como elementos de un decorado espectacular.

Las tinajas de Colmenar

Mesón Cuevas del Vino de Chinchón

Esos decorados, similares al menos, los encontramos en otro territorio: el sur de la Comunidad de Madrid. Hemos llegado a Chichón. Aquí también se fabricaban tinajas y hoy las podemos ver, tanto en bodegas como en la misma calle. Estas últimas, en forma de tejones, o sea, trozos de tinaja rota que se usaban para allanar y empedrar la vía pública. Aún hay calles que conservan esa fisionomía y nos parece maravilloso. Pero bueno, las tinajas enteras están en otro lado: unas en la Bodega del Nero, que es una de las más antiguas de Madrid y desde hace unos años elaboran sus vinos en tinajas; y las otras en el Mesón Cuevas del Vino, un restaurante-museo ubicado en una vieja casa de labranza de finales del siglo XVIII cuya actividad principal era la elaboración de vino y aceite. Ha conservado todas las estancias, estructura y elementos, así que aquí podemos comer en la antigua almazara, junto a una enorme prensa de viga o las piedras de moler, o en la bodega, rodeados de tinajas (ahora todas autografiadas por destacadas personalidades del mundo del cine, el teatro, la literatura, el espectáculo…) Y también hay cuevas aquí, claro, ¡y más tinajas!

Museo en el Mesón Cuevas del Vino de Chinchón

Pero si hablamos de tinajas en Madrid no puede faltar Colmenar de Oreja. Junto a Villarrobledo, y Arroyomolinos de Montánchez (Cáceres) este pueblo fue en el siglo XIX y el XX uno de los centros de producción tinajera más importantes de todo el país. A comienzos de siglo XX aquí había 35 hornos tinajeros. Hoy aún se pueden ver cinco o seis, abandonados pero todavía en pie. Las tinajas sí se han conservado. Muchas de ellas siguen en las cuevas que prácticamente todas las casas de la villa (especialmente las de labranza) tenían, y en las antiguas bodegas que han llegado hasta nuestros días y que ahora se sirven de este patrimonio tan singular como reclamo enoturístico. Algunas de esas bodegas, además, están en el mismo casco urbano, como Bodegas Peral o la bodega Jesús Díaz e Hijos, la más antigua de la localidad, que fue ‘pieza de tinajas’ (o sea, lugar donde se fabricaban) y que sigue elaborando vino en estos recipientes. También en otros lugares las conservan como en la casa rural Los Tinajones, una antigua casa de labranza reconvertida en un elegante alojamiento, con cueva de tinajas, ¡por supuesto!

 De Méntrida a Montilla

Casa Rural Los Tinajones, en Colmenar de Oreja

Volviendo a territorio castellano-manchego, nuestro viaje nos lleva hasta Méntrida, en la provincia de Toledo. El área comprendida entre los ríos Alberche y Guadarrama también fue (y es) una zona vitivinícola y todavía conserva ejemplos de cuevas y tinajas en donde, hasta hace poco tiempo, se elaboraba y conservaba el vino. Cuevas, despensas, fresqueras y bodegas subterráneas encontramos en La Puebla de Montalbán, Novés, Camarena o la misma Méntrida. Aquí está uno de los ejemplos más atractivos y recientemente recuperado y restaurado: las Cuevas del Castillejo. A diferencia de otras, estas cuevas se construyeron usando refuerzos arquitectónicos de ladrillo, que sujetaban las galerías excavadas en un terreno donde predominan las arcillas, las arenas, las margas y los yesos. El resultado es un entramado de gran belleza, donde también se conservan las tinajas que se introdujeron aquí hace siglos. Faltan muchas, claro, porque cuando las cuevas dejaron de utilizarse como bodega, algunas se rompieron o sacaron para dejar espacio a los nuevos usos, como el cultivo de champiñón. Antes de abandonarse de manera definitiva también sirvieron como locales de uso recreativo o incluso como vivienda estacional para trabajadores temporeros. El caso es que ahora se han recuperado, como decimos, y se han musealizado, mostrando el uso primigenio, el de bodega, donde también se guardaban los sarmientos que se usaban para los injertos en las viñas.

Cuevas del Castillejo, en la RV Méntrida-Toledo
Bodega Pérez Barquero, en Montilla-Moriles

Mucho más al sur, en la provincia de Córdoba, también se ha mantenido el uso de las tinajas para elaborar los vinos. Las encontramos en grandes bodegas pero también en los más modestos  lagares de la sierra. Modestos en dimensión, que no en calidad. Las tinajas de Montilla-Moriles son de hormigón, grandes, y en ellas el vino del año (mosto) termina su fermentación tras haber pasado por depósitos de acero. Tras el deslíe, se cata y se determina su destino, es decir, se decide si irá a envejecimiento o no. Las bodegas de tinajas del territorio de Montilla-Moriles son muy llamativas igualmente, con el color blanco que lo llena todo de luz. Desde hace un par de décadas, el Consejo Regulador aceptó una nueva catalogación, un nuevo estilo de vino, que es, precisamente, el vino de tinaja. Antiguamente se rechazaba este vino para consumo porque se consideraba un vino ‘sin terminar’, pero, hoy, más cuidado y bajo nuevos saberes, se ha entendido que es algo único y diferente, por lo que hay, incluso, proyectos que han puesto el foco en estos vinos de tinaja.

Las Cuevas de la Villa

Terminamos el viaje en Levante, pero en un Levante ‘de interior’. El primer destino en esta parte es Moixent, en Valencia, en un valle muy próximo a las provincias de Albacete y Alicante. Aquí está Les Alcusses o Celler del Roure, la bodega que se cruzó en el camino de Pablo Calatayud cuando tras estudiar Agrónomos decidió también elaborar vino. Buscaban algo más pequeño pero esta antigua bodega en la ladera de una montaña tenía algo que la hacía especial y que era único: casi cien tinajas enterradas en un estado de conservación casi perfecto. Se trataba de tinajas que tenían siglos de antigüedad. Pensaron que el destino les había llevado hasta allí, así que se arriesgaron y siguieron adelante. Pablo fue uno de los primeros bodegueros que empezó a elaborar vino en tinaja en la época actual. Era un blanco al que le puso de nombre Cullerot (renacuajo, en la traducción del valenciano), por aquello de que era una criatura que había salido de un ambiente líquido y terroso. Hoy la bodega de tinajas está a pleno funcionamiento para otros vinos y como uno de los espacios más fabulosos de toda la bodega, por supuesto abierta al enoturimo.

Antigua bodega en Utiel, actual oficina de turismo
Cuevas de la Villa, en Requena

Y el segundo destino levantino son las localidades de Utiel y Requena, también en Valencia. Como ocurre en otros lugares, ambas tienen gran parte del subsuelo excavado. Una extensa red de galerías se extiende por debajo de muchas de las casas y de antiguos edificios públicos. Galerías que son, claro, cuevas-bodega. En Utiel, la propia Oficina de Turismo está instalada en una de estas antiguas bodegas. Se cree que en origen fue una de las dependencias de la antigua fortaleza que se construyó para defender el territorio durante la época de la Reconquista. Después, este lugar comenzó a usarse ya como bodega, y así ha perdurado hasta nuestros días. En Requena el suelo está formado por una capa de toba calcárea, que es una roca más dura pero fácil de trabajar y de modelar. Así, las cuevas de esta localidad se han mantenido incluso mejor. Hay un conjunto de 22 de esas cuevas que se encuentran justo bajo la Plaza de la Villa, en la parte alta de la localidad y que se han acondicionado para la visita. Se trata de las Cuevas de la Villa. Se construyeron en época musulmana, entre los siglos IX y XIII. Como todo el subsuelo está horadado, en el  siglo XV se prohibió el tránsito de carros por las calles de arriba, para evitar que se hundiera. Con el tiempo estas cuevas-bodega se dejaron de utilizar y se llenaron de escombros, hasta que en 1972 fueron vaciadas y recuperadas. Unas poseen grandes tinajas, en otras hay pozos, otras corresponden al antiguo osario de una iglesia y otras eran utilizadas como silos, pero el uso más frecuente fue el de almacenaje y conservación del vino en tinajas. Además se han conservado otros elementos como jaraíces, trullos para el pisado de la uva o piqueras.

Nuestro viaje termina aquí. La segunda parte podría ser la visita a las bodegas actuales que han decidido recuperar la elaboración del vino en tinajas y ahora, junto a las salas de barricas podemos ver estos otros recipientes a los que se van los ojos de todos de forma automática. Pero bueno, ese otro viaje dejamos que lo planifiquéis por vuestra cuenta.

 

 

Óscar Checa

Licenciado en Ciencias de la Información (Periodismo) por la Universidad Complutense de Madrid, ha desarrollado su carrera siempre en el sector del periodismo turístico. Ha trabajado en agencias de comunicación especializadas además de haber creado la suya propia y haber trabajado como responsable de prensa en la Oficina Española de Turismo en París. También es Experto en Periodismo Gastronómico y Nutricional (UCM) y autor de varios manuales para los cursos de la Cátedra Ferran Adrià de Cultura Gastronómica y Ciencias de la Alimentación de la Universidad Camilo José Cela. Es coautor y editor de guías de viajes de la colección Cartoville y GeoGuide de la editorial francesa Gallimard. Actualmente colabora con diferentes medios especializados en viajes y gastronomía y Presenta el programa 'Escapadas' de Radio 5-RNE. Es el responsable de comunicación de Rutas del Vino de España-ACEVIN.

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