Han pasado ya tres décadas desde la inauguración de La Misión, casa madre del grupo hostelero homónimo gestionado por la familia Galán. La escena culinaria capitalina era entonces bien distinta y se definía por la escasa competencia, el predominio
VISIÓN, MISIÓN
A sus 20 años, Carlos Galán se debatía entre dedicar su carrera al boxeo o al diseño de moda mientras trataba de ganarse la vida en el ya desaparecido restaurante Casa Vicente. Aunque en esta casa empezó desde abajo, primero descargando camiones y más tarde como ayudante en cocina, aprendió a amar el oficio hasta el punto de querer dirigir su propio negocio. Fue su madre la que le dio la oportunidad de dar forma a este sueño. Carismático, visionario y amante confeso de la cultura estadounidense, Carlos dejó su impronta en el proyecto desde sus inicios, cuando decidió inspirarlo en la estética de las misiones de la Baja California, construcciones que evocan el espíritu explorador y pionero de sus fundadores.
En lo culinario, La Misión apostó por un concepto rompedor, muy diferente al que se practicaba en la capital en aquel momento y que esbozó las bases del casual food con vocación viajera que triunfaría años después. Como consecuencia de sus múltiples viajes a California, Carlos siempre ha demostrado un profeso entusiasmo por su cocina de marcada fusión, por el uso de ingredientes locales para elaborar platillos frescos y ligeros, y por la ‘casualización’ de los formatos. Estas son las claves comunes a todos los proyectos hosteleros de la familia Galán, integradas en la fórmula «best for less»; en palabras del empresario hostelero, «así definimos nuestra cocina, basada siempre en recetas caseras y democráticas, esas que quizás ya no están de moda pero que siempre gustan».
Así, platos ahora imprescindibles en la carta de cualquier local de moda que se precie ya se ofrecían aquí a finales de los ochenta, como por ejemplo los espárragos trigueros a la parrilla —su plato más histórico—, el hojaldre de puerros o las alcachofas a la plancha aderezadas con aceite y sal Maldon. Todos ellos platos que elabora Manuel Fernández, jefe de cocina del grupo desde la apertura de La Misión y compañero de Carlos Galán en los tiempos de Casa Vicente.
EL TRIUNFO DE UN MODELO DE NEGOCIO
La etapa inicial de La Misión sirvió para desarrollar una estrategia de crecimiento que implicó la diversificación territorial: por un lado, en Madrid —En Tetuán y Chamartín como destinos de El Recuerdo y El Olvido, respectivamente—, y por otro, en Miami (residencia habitual de Carlos Galán), donde el grupo dirige dos locales de éxito ubicados en el distrito financiero de Brickell: Dolores but you can call me Lolita y Crazy about you. En todos estos proyectos y bajo la atenta mirada de la incombustible Elena, Carlos cuenta con sus hermanos Mar y José como socios y aliados en el diseño del concepto gastronómico, y ahora también con su sobrino Pelayo Galán, tercera generación de la saga y actual director del restaurante fundacional.
La admirable y constante trayectoria de un grupo que ha resistido los envites de las dos grandes crisis económicas de nuestro país que tuvieron lugar en 1993 y 2007 no es más que un reflejo del carácter audaz, intuitivo y luchador de la matriarca, querida por igual por familiares, parroquianos y compañeros de profesión, y toda una experta en aquello de transmitir conocimiento y pasión en la sombra, dejando brillar a sus hijos, quienes agradecen haber sido criados «con los pies en la tierra».
Uno de sus fieles proveedores, Bodegas Martínez Lacuesta —una de las más señeras de La Rioja y escogida por el Grupo La Misión desde sus inicios—, ha seleccionado especialmente uno de sus tintos para celebrar la efeméride, cuya etiqueta ha sido diseñada por el artista Eladio de Mora, más conocido como dEmo artist.
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